Es la primera película de Albert Serra que veo. Imaginaba algo presuntuoso y difícil de digerir (como el personaje en cuestión). Me equivoqué.

El guion, lejos de ser incomprensible, está perfectamente definido y articulado alrededor de un personaje central. No creo que Benoît Magimel haga el papel de su vida, pero todo lo que hace (que no es poco) lo hace a la perfección. Su sobriedad es excelente y los diálogos de una sutileza y verosimilitud difíciles de superar. Me ha sorprendido mucho el uso del sonido y de la música, ambos de una artificiosidad -casi kitsch- que eleva la condición onírica de las interpretaciones y las imágenes. Capítulo aparte merece la fotografía. El uso crepuscular del color es asombroso, la melancolía asociada a la textura digital acertadísima y el contraste entre la exuberancia de la naturaleza y la fragilidad de lo humano impecable. Todo encaja en un film que nos lleva más allá del tiempo y del mundo.

En resumen, tres horas después, salí de la sala plenamente consciente de haber visto una de las mejores películas de los últimos años.