Técnica y estéticamente, la película es irreprochable, incluidas las interpretaciones: no hay duda de que en todas y cada una de sus películas, Buñuel es un gran cineasta, sí. Pero este Diario de una camarera produce, hoy día, una sensación de profundo hartazgo. Tras un comienzo en que la chispa del director (y de los actores) en la presentación de los personajes seducen al espectador, pronto, en cuanto la historia empieza a desarrollarse, el film se convierte en una sátira muy burda y muy sobada de la burguesía, de su egoísmo y de su crueldad. Y, la verdad, uno ya se cansa de que le cuenten siempre el mismo cuento: el de lo malos, malísimos, que son los ricos, los curas y, en este caso, también los fascistas franceses, los amigos del orden, los de la Acción francesa, los patrioteros, los enemigos de los metecos: hipócritas, viciosos y a la postre asesinos. ¡Pero la vida humana y las relaciones sociales son mucho más complejas, muchos menos maniqueas, de como usted las ve, señor Buñuel!
Analizando esta película se da una cuenta de lo lejos que está la caricatura del verdadero arte.