Dejando aparte la excelente ambientación y puesta en escena --marca de la casa del cineasta Pedro Olea- estamos ante una película tristemente fallida, no sólo por la insulsa y envarada interpretación de sus protagonistas principales, faltos de naturalidad, sino sobre todo por el argumento mismo, que siendo a priori de notable interés (el caso de unos jóvenes atrapados en una secta de lo más siniestro en el Bilbao de 1972) está construida de una manera tan artificiosa, o tan gratuita, que te mete, más que miedo, frialdad.
Quiere ser película sobre un poder oscuro y aterrador, sin referencias a ninguna organización concreta (y desde luego no al Opus Dei, como se menciona en la ficha de FA, ¡risum teneatis!), pero da la sensación de no ser más que un esbozo, un intento, apunta cosas que no llevan a ninguna parte. Demasiados cabos sueltos o guiños curiosos sin sentido alguno como esa escena donde un ciego en un tren va leyendo, en braille y en voz alta, el comienzo de un libro que es El Castillo de Kafka...
Resaltable, eso sí, el buen papel de ese gran actor secundario que fue José Orjas.