Que me aspen si digo que que Last Night in Soho no me dejó absolutamente aturdido cuando terminé de verla. Hipnótica como pocas, a medida que Wright me iba metiendo en su pequeño, complejo y delirante universo llamado Londres sentía una mezcla de sensaciones yuxtapuestas que transitaban de la fascinación al odio pero nunca la indiferencia. La película consigue mantenerte pegado al asiento desde el principio y si vas sin ver el trailer (como era mi caso) te atrapa aun más a medida que se va transformando paulatinamente en el thriller psicológico que es pese a sus salidas de tono, sus tópicos, su juego irritante, esa subida de escaleras hacia la locura, la barbarie e incluso lo inverosímil... Lo cierto es que después de reposarla y macerarla en la cabeza durante una noche uno sólo puede aplaudir ante una propuesta cinematográfica tan arriesgada en los tiempos del cinefórmula 2.0. Aplaudir porque transmitir ese aturdimiento, esa mezcolanza perturbadora de sensaciones y que al final de un trayecto versánico el tren no solo no descarrile sino que todas las piezas empasten sin resultar en ningún momento pretenciosa es muy complicado y Ultima noche en el Soho lo consigue con nota apoyándose en un dueto interpretativo Taylor-Joy/McKenzie realmente sobresalientes y un montaje digno de mención.

¿Es redonda? Ya lo creo que no, pero puede que incluso esos defectos se puedan convertir en virtudes que dan identidad a una película en tiempos donde la identidad a veces parece que se ha perdido.