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Voto de Colectivo Escala:
9
Drama Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
25 de agosto de 2019
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Una de las mejores historias de amor mostradas por el cine. Ni más, ni menos. La mejor película de Newman. Una fascinante Piper Laurie, un guión inteligente y una fotografía excelsa.

El billar como telón de fondo, que pudiera haber sido cualquier otro, y del que se aprovecha hasta el último gramo de esencia para generar un ambiente absolutamente asfixiante. Un presupuesto exigüo que fuerza una realización muy teatral, absolutamente de interior, que desemboca sin embargo en un virtuosismo tanto fotográfico, en uno de los primeros blanco y negros modernos, como dinámico, reseñable tanto en como se muestra el juego y a sus jugadores, como en la parte más argumental. Se acompaña con un sonido mimado y original en la percusión de los impactos de las bolas, usado como base para el ritmo en las escenas de juego, y un fondo musical de jazz ambiental que va acompañando el pulso narrativo.

Un guión inteligente, con unas exigencias de otras épocas, viste este film noir, lejano ya a la época clásica y anterior a la reinvención luminosa del género. En tierra de nadie vive esta historia contada con muchos espacios que rellenar, con mucha narrativa visual, con margenes que dejan al espectador hueco para interactuar, para adueñarse de la historia. Una maestría, antigua ya, eliminada por las exigencias del consumo masivo y sus mínimos comunes denominadores.

Un talentoso estafador sinvergüenza y la escritora coja borrachuza. El personaje de Piper Laurie es fascinante, y lo es por varias razones, la primera es lo absolutamente moderno que es, mucho más si nos ceñimos al año de creacción. Un personaje con toda la belleza de la mujer doliente, a la que hay que rescatar, o de la que uno se puede aprovechar, al que no se le deja romper, dejándolo anclado en una nube, a menudo sostenido con unos primeros planos de Laurie para volverse loco, en los que se puede ver la absoluta consciencia de que se dirige al desastre, que resulta casi en una pulsión magnética. Una mujer liberada económicamente, abandonada a sus fantasmas, una perdedora que no pierde su feminidad, que sucumbe al chulo sin remisión, sublimada en su lucidez, de quien es ella y de quien es él, no creo que a principios del siglo XXI se pudiera dibujar tal personaje. Una sexualidad pasmosa, enfermiza, casi obsesiva, rayante entre el abuso y la posesión. Una gacela herida consciente, absoluta, brillante.

Un Newman que recrea su gran personaje, el perdedor en la moralidad e idiosincrasia Yankie. Un papel en el que ni Brando, en mi opinión, puede batir a Newman. Finura y elegancia en la derrota, la mirada gélida y la sonrisa perfecta, no se puede hacer mejor, o yo por lo menos no lo he visto. Chulo finolis, con talento y astucia, al que una mujer va a enseñar en un giro inevitable, los precios del amor romántico.

Unos acompañantes de lujo, un Jackie Gleason que ofrece un minucioso espejo en el que el Newman puede mirarse, y un George C. Scott que hace de diablo clásico, de libro, magistralmente, enmascarado en un corredor de apuestas, fascinante tanto en la escena de la tentación, con Newman, como la absolutamente devastadora escena de confrontación con Laurie, en la que ante sus reclamaciones, C. Scott la recuerda en una réplica para enmarcar, la libertad de elección del hombre, que derrumba definitivamente a la borracha, y que nos lleva a la frase magistral cuando Newman le espeta a C. Clark que él no puede perder, por que ha elegido ganar, dejándose el alma y a Laurie por el camino, vaya sonrisa, vaya amargura, cine en estado puro.

Un trayecto vital predecible, inexorable, conocido por todos y cada uno de los personajes. Ahí es donde radica realmente el drama en "The Hustler", la finura del mensaje, la elección, la imposibilidad de tenerlo todo, de la exigencia del exito y sus renuncias. El aberrante abismo de libertad propia, de las decisiones, del pasado de cada cual y sus precios. Historia vieja, claro, contada maravillosamente.

Un clásico, obligado y deseado, exigente.
Colectivo Escala
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