La peli está muy bien narrada con historias que se cruzan. Toshiro Mifume está estupendo y uno no se cansa de mirarlo. Todos a su alrededor pueden ver que Matsugoro es un tipo auténtico, tal vez demasiado auténtico, pero que parece destinado a pasar de largo por la vida sin apenas ser nada más que el hombre del carrito. “En otras circunstancias, hubiese sido un general”, dice el marido de Hideko Takamine. Desde la infancia no puede encajar en una sociedad de un orden tan estricto como el que le toca vivir, y uno piensa que ojalá se hubiese querido más a sí mismo. Matsugoro tiene y da mucho a los demás, y a cambio recibe desagradecimiento e hipocresía. Pero para él es normal y sigue adelante, hasta que ya no puede más. Lamentablemente es una historia sin solución. Escenas como cuando canta sin parar en casa del esposo de Hideko Takamine, o cuando le discute a un general de tú a tú con simpatía el camino de vuelta, o cuando le cuenta a Toshio la vez que lloró siendo niño, o finalmente cuando toca ese tambor enorme de todas las maneras posibles, son inolvidables y dan ganas de verlas otra vez.