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España España · Santiago de Compostela
Voto de Hermida:
8
Drama. Romance En 1958, Stevens (Anthony Hopkins), un perfecto mayordomo, viaja por Inglaterra. Ahora trabaja para un millonario americano (Cristopher Reeve) que es el nuevo propietario de Darlington Hall, mansión que vivió su etapa de mayor esplendor veinte años antes, cuando su dueño, un aristócrata británico, reunía en su casa a los personajes más influyentes de los años 30, una época crucial para el futuro de Europa. Esta circunstancia permitió a ... [+]
26 de enero de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una descomunal interpretación de Anthony Hopkins sostiene una película cuya trama es una no trama. Nada pasa más que el tiempo. El tiempo y las oportunidades que nos brinda, las decisiones que cada uno toma, los trenes que tomamos y los que dejamos pasar, errores y lastres. Secuencias de consecuencias más allá de dónde alcanzamos imaginar de las que nadie está impune.

Una obra premeditadamente lenta, incisivamente reflexiva, estéticamente perfecta y en el interior de sus personajes, caótica. La vacuidad del inexorable paso del tiempo entre los quehaceres cotidianos, el hastío que madura con los años y las emociones que por reprimidas no dejan de ser tan existentes como insistentes.

Hopkins, como eficiente mayordomo de exquisitos modales, posturalmente impecable, retóricamente encantador, pulcro, aseado... Controlador y detallista. Impecable. Todos rasgos superficiales, que saltan a la luz y cualquiera puede ver. Y luego, luego ese yo interior, ese manantial de emociones que no llegan a brotar, esa alma de niño que busca el amor que un día le fue negado y que de forma obstinada, aún servido en bandeja, rechaza por el temor que supone la incertidumbre, el riesgo, una elección. El amor mueve al hombre, el miedo lo paraliza: una balanza pondera a ambos, difícil equilibrio.

Emma Thompson es el contrapunto que como ama de llaves equilibra, ya mediado el filme, el monopolio de unas cámaras que aman a un Hopkins que actúa como siempre y ser resuelve en calidad de mayordomo como nunca. Hasta este punto la película es emocionalmente plana, pero un cúmulo de sentimientos nacidos ya y que se van acrecentando escena tras escena, llevan el guión y la trama hacia lo sublime siempre bajo una atmosfera lenta, serena, rallantemente armoniosa...Trabajadora y concienzuda, la Srta. Kempton resulta de un espíritu mucho más pasional que el de su compañero y aunque el protocolo dicta la estricta separación entre lo personal y lo profesional, las bajas pasiones y su represión imposible la confunden pese al afonoso esfuerzo por cumplir. Nos permite ver aún vagamente cuánto amor, confianza, miedo, melancolía e incluso celos pululan en la atmosfera invisible que separa a los dos protagonistas en cada escena.

Ese beso romántico no consumado en la pantalla pero materializado por anticipado por el espectador, esos "te quieros" mudos escupidos del alma con miradas que valen más que mil palabras, esos esquivos roces de manos que provocan electricidad. El amor no correspondido, la frustración, la cobardía, como una guerra fría donde ninguna parte da el paso inicial. Las lágrimas del presente desaprovechado, los llantos vistos desde el futuro pasados los años por tantos "y si...". Máscaras y realidades.

En eso se basa el encanto del filme, en que no queriendo decir nada, te hace entender muchas cosas. No queriendo conectar con el espectador, consigue sacar su lado más humano. Presentándose como hierática, provoca en el vidente una catarata de emociones. Porque el amor también es miedo, porque las emociones golpean en nuestros adentros aunque otros no las vean, o no las sepan ver; porque las palabras sobran con un gesto, con una mirada. Porque la vida también es eso: vacíos y silencios, angustias y temores, oportunidades y decisiones. Porque la vida es tiempo. Tiempo y amor. Y el tiempo, nos guste o no, no perdona ni tampoco se recupera. Para el amor en cambio, a veces es ya demasiado tarde. "Aprovechemos cada momento, seamos más y estemos menos, vivamos..." parece ser al final de todo la moraleja.
Hermida
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