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Voto de Archilupo:
9
7,5
799
Drama
Matsugoro, un pobre conductor de carro en el Japón del periodo Meiji, devuelve a un niño perdido, Toshio, a su casa. Sus padres se muestran con él muy agradecidos. Tras la muerte del padre, la madre, Yoshiko, muy preocupada por su hijo, le pide a Matsugoro que le ayude a educarlo. Él acepta encantado. Con el paso del tiempo le coge mucho cariño, al niño y a la madre. Pero Toshio crece, y se marcha a estudiar a la universidad de Tokio, y ... [+]
18 de junio de 2009
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Matsu, el hombre que tirando del carrito transporta viajeros, es personaje de rasgos legendarios, elemental y salvaje, primitivo y bueno.
Se pelea, lanza risotadas, cuenta aventuras a un auditorio galvanizado y se rasca el cogote. Mientras le habla un hombre serio, se saca mocos o hurga entre los dedos de los pies. Y enseguida ríe.
Mifune lo encarna con magnetismo, genialmente.
Uno de sus cuentos: la caminata, de niño, hacia un rojo poniente, entre graznidos de mal agüero, en busca del padre remoto, a través de un bosque habitado por espectros, el único día que lloró.
Es sensible al drama del hijo de su difunto protector. Lo protege, y a la viuda, como puede.
El niño se fortalece, y la viuda contempla con sereno dolor el retrato del marido muerto.
Giran las ruedas, pasa una vida que es tirar del carrito de un lado a otro, cargando pasajeros y mercancías. Se suceden las estaciones y los carnavales, los festejos y los duelos.
Entre el nacimiento y la muerte, los seres ruedan, yendo del dolor a la alegría, y viceversa. La sencilla narración lo cuenta y a la vez lo contempla, con amplitud serena y melancólica.
Al final del verano, los fuegos artificiales. Con el invierno, la nieve.
En el cielo de esta película, instantes sublimes de Hideko Takamine, destellos del amor incondicional e imposible, y el sol de una abnegación noble y profundamente conmovedora.
Se pelea, lanza risotadas, cuenta aventuras a un auditorio galvanizado y se rasca el cogote. Mientras le habla un hombre serio, se saca mocos o hurga entre los dedos de los pies. Y enseguida ríe.
Mifune lo encarna con magnetismo, genialmente.
Uno de sus cuentos: la caminata, de niño, hacia un rojo poniente, entre graznidos de mal agüero, en busca del padre remoto, a través de un bosque habitado por espectros, el único día que lloró.
Es sensible al drama del hijo de su difunto protector. Lo protege, y a la viuda, como puede.
El niño se fortalece, y la viuda contempla con sereno dolor el retrato del marido muerto.
Giran las ruedas, pasa una vida que es tirar del carrito de un lado a otro, cargando pasajeros y mercancías. Se suceden las estaciones y los carnavales, los festejos y los duelos.
Entre el nacimiento y la muerte, los seres ruedan, yendo del dolor a la alegría, y viceversa. La sencilla narración lo cuenta y a la vez lo contempla, con amplitud serena y melancólica.
Al final del verano, los fuegos artificiales. Con el invierno, la nieve.
En el cielo de esta película, instantes sublimes de Hideko Takamine, destellos del amor incondicional e imposible, y el sol de una abnegación noble y profundamente conmovedora.