Porque en eso se queda.

Juliette Binoche tremenda, apabullante, excesiva, sigue buscando esa película que le de el pasaporte al olimpo de la verdadera inmortalidad: diosa del celuloide. Pero sigue sin dar con ella. Esta, desde luego, no lo es.
Aquí da con el papel, como otras veces (Azul), pero no con lo demás. Esta vez sí acertó también con el fotógrafo. Le fallan el director, el guión...y el "partenaire". Casi nada.

Willian Shimell será un dios de la lírica. Como actor, cacho de carne y poco más. Su autocontrol, necesario en el directo, no lo deja en cinta. Y así, va a ser que no. No es actor. La música requiere cabeza muy bien amueblada. En el cine hay que saber perderla. A pesar de que su presencia y su aire van perfectos, no basta con la foto. Hay que actuar.

Resumiendo los actores: Ojos. Sí, ojos. Los de ella cuentan y qué bien, multitud de cosas. Los de él, fríos como el hielo (como su personaje), nada de nada.

Exteriores, interiores y su foto, más que buenos. Esos trayectos en coche, pero que muy bien. La parte costumbrista, también. Pero el ritmo y el pulso narrativo se pierde por momentos. Cuestión de continente y de contenido. No se cuenta nada ni medio nuevo. Mucho tópico de crisis de los 40 ó 50. Situaciones desaprovechadas. Esa relación con el niño, merece algo mejor. Juliette da para eso. Pero no basta con ella.

Y luego todo tan europeo, tan otoñal, tan...poco.

Y finalmente, si ahora sumamos todo, igual a... Y lo que sale no gusta, porque no cuadra y sobre todo porque por momentos aburre. Demasiada actriz para tan poca película. Uno de los términos de la suma es el-casi-todo. Eso es un monólogo, no cine.

Juliette, sigue buscando.