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Voto de Néstor Juez:
6
Comedia En busca de trascendencia y prestigio social, un empresario multimillonario decide hacer una película que deje huella. Para ello, contrata a los mejores: un equipo estelar formado por la celebérrima cineasta Lola Cuevas (Penélope Cruz) y dos reconocidos actores, dueños de un talento enorme, pero con un ego aún más grande: el actor de Hollywood Félix Rivero (Antonio Banderas) y el actor radical de teatro Iván Torres (Oscar Martínez). ... [+]
24 de febrero de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia del cine está lleno de ejemplos construidos sobre el reclamo de la reunión de grandes talentos. Películas en las que la crítica y la audiencia no se relame por la propuesta del director prestigioso de turno o la sugerente temática tratada, sino por la comunión de actores de postín. Acostumbrados estamos a ello en el mercado angloparlante, y también encontramos ejemplos de habla hispana. El trabajo que nos ocupa en esta reseña, que compitió en la Sección Oficial del pasado Festival de Venecia y también se pudo ver en las Perlas del Festival de San Sebastián, ofrecía una a priori infalible combinación de parodia y talento, dirigida por la pareja de realizadores responsables de la estupenda El ciudadano ilustre. Ellos son Mariano Cohn y Gastón Duprat, y estrenan este viernes Competencia Oficial, en la que se encuentran Penélope Cruz, Antonio Banderas y Óscar Martínez. Una producción de gala de la todopoderosa empresa de comunicación Mediapro que un humilde servidor tuvo a bien cubrir pocos días antes de su estreno. El nuevo trabajo de Cohn y Duprat divierte e implica, pero si bien funciona sin problemas como producto ameno pierde progresivamente su impacto e inspiración conforme avanza su metraje. Una sátira tan engalanada en sus formas como conformista y superficial.

La exhibicionista e histérica contienda de egos sobre la excusa de dar cuerpo a una película. El encuentro a flor de piel de personalidades opuestas en las que la ambición de reconocimiento y la vanidad se erigen como último escudo y sinsentido ante una necesidad de crear plenamente impostada. La pose devorando de pleno la voz y el objetivo común. Una exagerada y despiadada mirada a la pomposa y lujosa jungla de frivolidades, sueños y pasiones que es el mundo de la expresión cinematográfica. Un desfile de burla y acidez cargado de sexualidad, rencor, envidia y crispación. Un trabajo en el que, como no podía ser de otra manera, se permite a los protagonistas lucirse, dando rienda suelta a sus dotes cómicas con la salud auto-consciente de saber reírse de ellos mismos. El conflicto entre los dos actores exuda efusividad y agresividad, y la química entre ellos resulta convincente. No tanto la de ambos hacia un personaje de la directora muy excéntrico, que el guion intenta extender en varias direcciones incapaz de dotarle una concreción cohesiva, pero la buena labor de Penélope consigue que este funcione en un puñado de secuencias poderosas. La inquina que Cohn y Duprat exhibieron en El ciudadano ilustre está presente aquí, ante todo en un primer tercio de película directo, de tempo bien calibrado y sketches sencillos pero efectivos. Sorprende a su vez el estilizado acabado de su aparato visual, con ópticas angulares, encuadres fijos y diáfanos, panorámicas en un eje y reflejos del sol para sacar el máximo partido a las hermosas estancias del palacio Lienzo Norte de Ávila, dónde tiene lugar la mayor parte de la acción de la película. Bien es cierto que va de más a mucho menos y acaba siendo una versión diluida de lo que podría haber sido, pero es un trabajo muy entretenido y con variados elementos de interés cultural y sociológico.

La impresión que el espectador recibe durante el visionado es que la categoría o nivel de la película se sustenta mucho más en la presencia de los prestigiosos actores o en los lucidos niveles de producción que en la enjundia e ingenio de sus reflexiones o ideas. El filme peca del mismo error que aquella película que desean rodar sus personajes: cree que con convocar a los grandes talentos es suficiente, y gran parte de sus mejores momentos ante todo funcionan por reconocimiento con la persona real de sus intérpretes y con lo que de ellos sabemos por su recorrido previo. Y como comedia, comete errores fundamentales de tempo. Es un trabajo que alcanza las dos horas de metraje, con secuencias que se enquistan y dilatan en su resolución. La declamación y el rictus de los intérpretes permiten vislumbrar que el filme se toma en serio a sí mismo llegado el momento de clausurar. Y en todo momento es inevitable la sensación de que la película está encantada de conocerse a sí misma, considerando como agudeza genial lo que en la mayoría de casos son obviedades y lugares comunes. El filme dispara en mil direcciones y no afina el tiro en ninguna. No hay discriminación alguna desde el relato, entran desde los aciertos o las ocurrencias a las bobadas banales. Un ejercicio ameno y competente, funcional en su registro genérico, pero lejos de la enjundia desgarradora que Cohn y Duprat han mostrado en el pasado.

Histriónica, ácida y complaciente, Competencia oficial funciona como comedia irreverente y vehículo de lucimiento de sus actores, pero desperdicia la posibilidad de hincar más el diente con su crítica.
Néstor Juez
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