Mi mente infantil grabo a fuego un recuerdo de Grease: A Travolta dándole paquetazos al viento con frenesí.

De algo así no podía salir nada bueno. Mínimo un trauma de esos de Freud (Froid para los amigos) con los que acabas tallando corchos de champán con la forma de las antorchas olímpicas a lo largo de la historia ayudado con un picahielos. Supongo.

Pero a pesar de aquellos recuerdos, excepto un tic nervioso en el hombro, no me han quedado más secuelas visibles.

Después de ver Grease años después he descubierto que es una maravilla. Algo hortera, es verdad, pero es un musical maravilloso, con un Travolta que es el más chungo del lugar y una Newton-John que es la niña moñas de su zona. Pues se juntan y entre remeneo pélvico bailongo por aquí y remeneo pélvico bailongo por allá, acaban haciendo remeneos bailongos en horizontal queriéndose mucho. Pero eso, aunque no lo enseñan, es parte de ese amor pasional que se profesan ambos.

Todo es, posiblemente, lo mismo de otras tantas películas, pero ninguna tiene tanto ritmo como esta, seguro. Además que es bonita esa historia de amor, con sus carreras de la muerte y todo.

Me encanta. Y el Summer lovin es una de esas canciones eternas que son parte de la historia del cine. Y también me encanta. Y si se junta a la película, pues me encanta más.

Sandy, niña bien con ganas de salir al mundo nos conquistó. Danny, macarrilla de buen corazón, también nos conquistó.

A pesar de los paquetazos al aire. Redios.