Aunque la historia que presenta no es, en sí, nada del otro mundo, está contada con el suficiente estilo y buen hacer para resultar efectiva. Si a eso se suma una banda sonora bien elegida, "Doggy Poo!" se convierte en una obra muy disfrutable que logra rentabilizar una premisa más bien sencilla.

Pero sin duda, lo que hace destacar a este mediometraje surcoreano es la identidad de su protagonista. Lo que al principio parece una bizarrada escatológica se convierte muy pronto en un brutal desafío a los prejuicios de quien lo ve. ¿Es posible sentir compasión por un excremento de perro? ¿Existe un límite de abstracción en la ficción tras el cual ya sea inútil intentar crear un vínculo con el espectador?

Con este mediometraje, Kwon Oh-sung explora los extremos de la empatía al retratar un objeto en la realidad profundamente vomitivo y desagradable, dotándole de sentimientos y haciéndole protagonizar una historia sencilla pero universal, que trata a su manera del significado de la vida. Convierte una broma de mal gusto o una anécdota de comedia muy absurda en un retrato legítimo y emotivo.

¡Qué incómodo resulta reconocer que te has emocionado viendo la soledad de una boñiga de perro! Y sin embargo este cuento te obliga a pasar por ese mal trago, porque lo cierto es que acabas empatizando totalmente y deseando que encuentre su objetivo en la vida. Y aunque la historia no es demasiado memorable, sólo por la dificultad que entraña el hecho de que te acabes olvidando del detalle de quién es el protagonista y te adentres en su drama personal, sea quien sea, merece mucho la pena verlo.