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Voto de Amin Adabaman:
6
Documental Harry Dean Stanton forma parte del elenco estable de la cinefilia: Monte Hellman, Sam Peckinpah, John Huston, Ridley Scott, John Carpenter, Francis Ford Coppola, Wim Wenders y David Lynch son algunos de los directores que lo tuvieron a sus órdenes. Y sin embargo, hay un halo de misterio alrededor de su vida y sus ideas: poco se sabe de él, y casi nunca lo hemos escuchado hablar fuera de la ficción de sus películas. El documental de ... [+]
3 de diciembre de 2013
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es uno de esos actores que poca gente sabe cuál es su nombre, pero que reconoce apenas aparece en pantalla. ¡Cómo no, si salía en ‘El Padrino II’! Claro que el metraje total de su aparición en esa película, juntando todas las escenas, apenas si superaría el minuto con algunos segundos, y en ningún caso para aparecer él solo en un plano. Era, sencillamente, uno de los dos policías que acompañaban un rato a un mafioso. Por cierto, ellos dos custodiaban a ese mafioso como testigo protegido, sin poder evitar que se les suicidara poco menos que ante sus narices.

Ese es Harry Dean Stanton, un actor casi invisible de tantas veces que actuó, siempre de secundario, y el único protagonista que hizo era de un personaje perdido y muy poco hablador (‘París, Texas’). Él mismo resulta ser un hombre de segundo plano, silencioso, retraído, de apariencia ausente. Y ahora, cuando ha llegado a una muy venerable edad, acercándose ya a los 90, alguien le ha convencido para que se ponga ante una cámara y no diga nada. O casi. Contesta las preguntas tras pensárselo mucho, pero para balbucear alguna respuesta a medias, mirando todo el rato fuera de foco, hacia un infinito insondable. Y a la que uno se descuida se pone a cantar, que para eso no es nada retraído. Siempre está a su lado un tipo con una guitarra para acompañarle. Él mismo se descuelga tocando convincentemente la armónica.

La película se compone de otros materiales, además de las escenas en las que habla sin decir casi nada y cantando lo que le da la gana (incluida alguna ranchera, pronunciada de una manera muy gringa), en medio de lo que parece el salón de su casa: filmaciones de sus estancias nocturnas en su bar preferido (parece evidente que beber ha sido algo importante a lo largo de su vida, y ahí sale hablando su barman de hace no se sabe cuántas décadas); su paseo en la parte trasera de un coche, que parece llevarle a ninguna parte, cuando cae la noche, y él soltando alguna que otra frase deshilachada, a veces repitiéndola (“¡ahí vamos!”); pequeños cortes con intervenciones de gente –sobre todo directores y actores– que ha trabajado con él (delirante la aparición que hace un comedido David Lynch, con un tono de tiíta que visita al sobrino, haciéndole cuatro preguntas tópicas sobre si se porta bien); una serie de cortes de películas suyas, a cuál más atractivo (¡pues sale él!)...

No hay más que eso, que es mucho, sí, la estatua viviente de eso que los cursis llamarán un actor de culto, pero todo servido en bruto. Se trata de un buen material que ha sido utilizado sin mucha gracia ni talento. Falta ahí un relato, que no es necesariamente el del actor, sino el de la película propiamente dicha. Como lo que lograba Scorsese en su carta a Kazan (pero no en su rutinario y tópico film sobre George Harrison), o la famosa película sobre Sugar Man. En un futuro, esos materiales sueltos que componen esta casi inexistente película podrían ser retomados por alguien con talento y hacer algo. Pero haber atrapado imágenes en movimiento de esa obra de arte que es Harry Dean Stanton, ya es mucho. Y hay que decirlo: algunas de esas imágenes que captan esas filmaciones contienen su desarmante sonrisa, suave, tierna a la vez que con un punto de locura, como de alguien medio ido.
Amin Adabaman
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