La película sigue dos líneas que se amalgaman: la exagerada y la usual. La línea exagerada, la primera de ellas, nos habla de una chica equivocada en una compañía equivocada. Una chica tan equivocada que yerra también en sus conclusiones y que, bajo la conclusión más equivocada, la que hace de ella una asesina, se muestra más tranquila que apesadumbrada, más risueña que arrepentida.
La segunda línea, la usual, tiene nombre y apellido: John Link, enlace con la chica equivocada: su padre. Un perdedor infatigable, igual que el Ram de Aronofsky, con tantos enemigos soterrados y tantas venganzas a cuestas como para haberle corrompido el alma. Mel Gibson, vaya, que vuelve a la carretera y ha cambiado la bebida por los esteroides que musculan.
Es justo decir que, no siendo yo un rockero de los que nunca mueren, no siendo un motero de convenciones de chupa vaquera y botas de punta, no me pone ni la estética ni el desarrollo de la peli, tan imbuido de todo ello. Pero quizá sea más apropiado escribir ahora que tanto estereotipo ahoga y que tanta reiteración quema.