Llama la atención, o me llamó la atención a mí, la factura de una película que pinta a no sé quién como malo malísimo cuando este no sé quién ha sido exonerado de toda culpa, con anterioridad, por la ciega justicia. O para ser más claro: es como si alguien que ha sido absuelto en 1978 por un juez de renombre del cargo de robo con escalo, por ejemplo, viene a ser protagonista de una novela publicada en 1991, con afán de verosimilitud, como el mayor ladrón en la historia del hombre. Cosas veredes.
Hay algo de Durmiendo con su enemigo en la cinta de Jarecki. Hay una actriz muy bella, un secundario solvente de ríspida mueca y está, también, Ryan Gosling, de los más valorados de las nuevas hornadas y a quien nunca, acaso porque sólo le conozco una cara, esa cara de sonrisa insinuada y mirada de vaca mirando al tren, le he cogido el aire. Y tiene, TODAS LAS COSAS BUENAS, la música de Rob Simonsen, otro reciente, que a veces suena a Ottman y a veces, a Kilar.
No es mala, TODAS LAS COSAS BUENAS, pero, en su momento, vino a merodear por la frontera imprecisa de lo que existe a este y al otro lado de la presunción de inocencia.