Will Smith, que en la vida real ha pasado de manera definitiva de héroe a villano con el detonante de una bofetada, comenzó a hacerse bola durante la primera década del siglo XXI, por lo que a la Cinematografía se refiere, empeñado en una Trilogía de la Lágrima que, en muchos casos, produjo el efecto contrario. De esta forma, ver al otrora simpático Fresh Prince al borde de la congoja en Soy leyenda, En busca de la felicidad o Siete almas, cuando no bañado directamente en llanto, iba conformando una repulsa creciente que, como todo el mundo sabe, ha devenido no ha mucho, tras una gala de los óscar, en un rechazo casi frontal. Y es una lástima, que, a pesar de que el grandote Smith ha logrado su galardón con la regular El método Williams, acaso una adenda camuflada de esa Trilogía ya dicha, él sí había mostrado cualidades y dotes en algunas otras historias no tan manipuladoras ni tan pobres.
Floja, esta SIETE ALMAS. Floja como casi todas las de su especie, cintas con ínfulas de historia grande que, en la pretensión de no dejar un ojo seco en la platea, se desaguan ellas solas por la gotera.