Esta socarrona frase de Jamie Foxx supone una interpelación inmejorable acerca del racismo, mucho más efectiva que cualquier folletín sensiblero y maniqueo.

La película tiene algunos gags poco inspirados, pero en líneas generales mantiene un tono brusco, cachondo, vulgar y de incorrección política, pero resultando muy simpática y divertida, incluso en las caracterizaciones más grotescas (Farrell putero y cocainómano). Todos interpretan muy bien (atención a una descarada Jennifer Aniston y a Julie Bowen, que tampoco pasa desapercibida a pesar de contar con un rol secundario, es una cómica muy expersiva y tiene unas facciones muy eróticas). Spacey destaca y divierte con su impulsiva arrogancia (los mayores hijos de puta siempre son los mejores actores/mentirosos/improvisadores y los que más llaman la atención) en lo que Foxx ofrece un recital, encarando a ese personaje que parece un inquietante matón, pero que en realidad es un buenazo aunque con carácter y un poco cabrón. Muy amena película, es de las buenas. Para hacer el idiota y a que a los demás les haga gracia hay que tener talento y contar con un guión que dé pie a ello. La mayoría de los 'profesionales' solo logran dar vergüenza ajena o hacer que te duermas.