¿No tiene demasiada nota media esta película? Algo ha pasado aquí.

Arthur Bishop es un asesino a sueldo que trabaja en una organización de esas que Hollywood se inventa de profesionales sicarios muy bien estructurados y organizados pero de la que no tenemos ni un puñetero dato. En fin, así son las cosas. Todo le va bien a Arthur: mata, cobra, tiene un mentor y amigo maravilloso llamado Harry que es Donald Sutherland (¡cómo me acordaba de su Faber de la fantástica «El ojo de la aguja»!) y hasta una amante/ligue/prostituta, de verdad que no entiendo esta relación, para desahogarse un poco en las noches de calma. ¡Ah!, y le gusta la música clásica, porque si quieres quedar guay y cool tiene que gustarse la música clásica en discos de vinilo, que el mp3 es vulgar y los discos compactos no tienen glamur. El caso es que la cosa empieza a fallar cuando la sombra de la traición recae de lleno en la organización de asesinos y aparece el hijo díscolo del amiguete Harry.

Contado así, parece todo medio correcto, al menos argumentalmente, pero qué va. Ya desde la primera escena en la que vemos las técnicas de asesino infalible y super inteligente de Arthur nos damos cuenta de que, en realidad, este tipo no es ni tan infalible ni tan inteligente porque, en fin, el plan es tan aparatoso e imposible que ni siquiera sale cómo lo hace. Y así es todo. El guion, encima, es una chapuza: los personajes se delatan siendo inocentes, los culpables tienen en la frente el cartel de «soy malo» y el protagonista, ese que es tan listo, no se entera de nada.

Graciosa a su estilo.