El pacto Verbinski-Bruckheimer-Disney de la primera «Piratas del Caribe» continúa con «Piratas del Caribe: el cofre del hombre muerto». Cuando sepamos quién es el muerto, es posible que queramos tirarle de las rastas a todos los que han organizado este viaje mar adentro, tierra fuera. El Holandés Errante nada más y nada menos. ¿Por qué me hacen esto?

Obviando esta payasada incontrolable de transformar los mitos más hermosos en los más repelentes y prosaicos, esta segunda parte de la saga confirma la existencia del poderoso kraken y embarca a todos los personajes ya conocidos en una travesía donde se van concatenando las tramas y los momentos de aventuras a espada, golpes y velas. Cuidado, que te puedes olvidar de la idea original de por qué Will Turner se pone a perseguir a Jack Sparrow, que sigue tan disparatado como siempre aunque con más trasfondo personal. Esta vez, el villano, Davy Jones, que ni es holandés ni es hombre, ni es na’, tiene un aspecto repugnante y esconde una historia de pasado amoroso trágico que no deja de ser bonita, pero él, como personaje, no es nada estimulante.

El desenlace es completamente abierto y la verdad es que te deja con ganas de saber qué va a pasar. Quizás algo mejor que su predecesora, a pesar del habitual bajón como a mitad de película, unas peleas rocambolescas al máximo (¡dónde van con esas ruedas gigantes!) y esos largos cinto cincuenta minutos.

Vaya perrería la de Elisabeth, por cierto...