Como en todas partes, en el mundo del cine existen personas cultas e inteligentes que, antes de ofrecer su opinión o, incluso, ver un film, observan con regocijo cuan extraña es la procedencia de susodicho film para, además de regodearse por ser unos cinéfilos de lo más abiertos que disfrutan con producciones turco-chipriotas, soltarle unas cuantas estrellitas de más al producto de marras alegando que la crítica que ofrece es muy digna, porque en jolibud no las hay, es bastante más original que cualquier producto de cine patrio, porque no lo cuentan todo a gritos, aunque 2 de cada 4 frases no se entiendan una mierda o porque resulta un grato producto de entretenimiento de los que ya no se encuentran.
Y aunque "Golpe de estadio" sea otra de tantas propuestas descafeinadas y anacrónicas en el uso de sus formas, pues siempre están por ahí unos cuantos para aplaudir. Porque, ya se sabe, cuanto más rara y más colorines tiene la bandera del país, mejor probablemente sea la obra en cuestión.

Pero lo dicho, en "Golpe de estadio" lo único que hallamos son interpretaciones de telenovela sudamericana, topiquísimos momentos, secuencias humorísticas que espantarían al mismísimo Blake Edwards y una crítica suficientemente correcta como para que los cuatro o cinco gafapastas que la vean aplaudan a rabiar.
Sólo apta para nostálgicos del 5-0 que Colombia le endosó a Argentina o para amigos del bochorno más patente, por buena nota media que pueda tener. Y todo por la banderita de los cojones.