Como tantos otros que rondamos los treinta yo vi la película en los años 80 o 90. Me gustó mucho esta fábula contemporánea sobre el valor de la infancia. Sin embargo, volver a verla ya crecídito despertó en mi un sentimiento aún mejor porque la cinta de Penny Marshall y protagonizada por el superlativo Tom Hanks.

Hanks en los ochenta no tuvo papeles especialmente memorables. Recuerdo el de 1,2,3 Splash, este, algún otro más pero nada comparado con lo que vendría después. De todos estos, quizás el de Big es el mejor porque sabe plasmar perfectamente la inocencia de un niño en su cuerpo de treintañero con esos pequeños gestos y detalles.

Al ver la película ahora ha conseguido provocarme unas cuantas risas y entender mejor el mensaje y ,por lo tanto, transmitirme mejor lo que pretendía Marshall

La película no solo nos enseña el valor de la infancia, de disfrutarla, de ir quemando etapas, de no preocuparse por chorradas como la estatura sino que veo en ella una crítica a la sociedad corporativa que había en 1988 y que hay hoy en día. Impagables los momentos de Josh (Hanks) cuando consigue trabajo en una empresa de juguetes y va ascendiendo porque es el único capaz de entender que es lo que quieren los niños ante la fascinación de su jefe, Robert Loggia. Eso nos hace preguntarnos la clase de ejecutivos que hay en algunas empresas y si realmente entienden su producto y saben lo que quiere la gente. Una oda a la sencillez infantil, a la falta de preocupaciones, a la inocencia ante la obcecación y tozudez adulta