La mujer del cuadro. La amante de Sir Vermeer.
El arte es sexo, follar a mansalva, sublima, de hecho, los más grandes o verdaderos artistas de la pista no follaban nada, y no me refiero al mete saca desgana, en la vida, porque follaban tanto, en su arte, para qué la simple banal vulgar cutre charcutería ferretería si tienes acceso a la idea pura, a las llaves del universo entero, de la percepción las puertas de par en par abiertas.
De (todo) eso habla la película, de la profanación (tan deseada) de la virginidad sin mácula, de la penetración pincelada perlada, de la sangre primera, de la pasión, por fin, desatada, de las ganas, de la ira, de los celos, de la envidia, de cómo el pintor posee a su modelo o musa, de eso se trata todo y no otra cosa, de meterla o de que te la metan, luz, más.
Sí, es preciosa y, por momentos, deslumbrante visualmente, aunque también, nadie es perfecto, pueril y subrayada otros muchos ratos a través de esos primeros planos de miradas que inciden o remarcan una y otra vez lo ya bien sabido de sobra, por eso mismo ella está, sobre todo al principio, mejora con el pasar de los minutos, para a sangre fría matarla todo el tiempo con la boca abierta cazando moscas, ciérrala, maja, para que no entren tantas, avariciosa, anda, y él igualmente como gavilán galán de barata telenovela con leonada melena y mirada gilipollas degollaovejas y la otra rabia que te rabia llora por las esquinas como la zarzamora, (polvos) pica pica, y la madre matrona madrastra malosa regenta y Murphy muy mequetrefe dando bastante pena a la vergüenza, todo lo cual no quita para que sea chula o divertida o entretenida y juguetona y graciosa y simpática a pesar de la niña del exorcista, de la pérfida Cornelia tenía que ser zanahoria muñeca diabólica.
Bien se pasa, de eso no hay duda.