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Voto de Ferdydurke:
6
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6,2
6.908
Romance. Comedia
Nathalie (Audrey Tautou) pierde en un accidente al hombre del que está perdidamente enamorada. Después de una etapa de duelo, no puede creerse que el amor llame de nuevo a su puerta de la mano de Markus, un compañero de trabajo que nunca ha tenido éxito con las mujeres, pero que rebosa bondad y ternura. Un hombre que para ella supone la vuelta a la vida. (FILMAFFINITY)
8 de octubre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un cuento rosa. Una historia de amor. Es algodón, tibieza, kitsch. Es amabilidad, sentido del humor, inteligencia. Es civilización, buenas maneras, una sublimación encantada del impulso más poderoso del mundo. Es bonita, amañada, destilada, escanciada.
Yoko Ono: Audrey Tautou: Nathalie. La princesa. Caperucita. La reina del baile. La niña bonita. A la que todos desean. Ella, Audrey, está fabulosa, es una actriz lista y sensible, de una belleza especial, que une la ingenuidad más infantil con la sensualidad más madura, parece un dibujo, pintada, soñada, ilusionada.
El primer amor: Pio Marmai. Anodino. Perfecto. El que le correspondía inevitablemente. Estaba establecido. Su reflejo. El espejo. Su doble. Tan ideales de la muerte que no. Que no podía acabar bien. La perfección ofende a Dios, o a todos, a todos los Dioses juntos, tan envidiosos.
El canalla: Bruno Todeschini. El crápula. El jefe. El truhan. El obvio. El gañán. Seductor de pacotilla que no disimula su mucha mediocridad. Casado y aburrido. Cazador de medio pelo. Patético y ruin. Sin exagerar. Aquí, en los cuentos queridos, nadie es malo del todo, hasta los más malvados son buenos, a rabiar, muy a su pesar.
El sueco: Francois Damiens. Delicado, educado, cómico, frágil y a la vez decidido. Raro pero sano. Extraño pero honrado. Feo pero guapo. Ridículo pero original. Perdedor pero el más exitoso, en lo que cuenta, en lo de verdad. Invisible para la mayoría embrutecida, de buen fondo.
Se podría indicar, yo mismo lo he hecho toda la vida, que lima asperezas y evita conflictos, que pule turbiedades y huye de realidades amargas. Así nos canta. Melodiosamente. Pero volvemos a lo mismo de siempre. Al cómo. Al modo. A la maniera. Y es buena, muy buena, desde las estupendas elipsis al tono elegante, leve, medio, sin histrión, desde la épica de la nadería hasta los detalles más cuidados.
No hiere ni arriesga, vale, de acuerdo, pero para qué negar un juego tan armonioso y esmerado, de tan buen gusto y clase. Yo no. Y tú, si te pones a ello, tampoco, seguro, confía, baja la guardia, echa una cana al aire por una vez en la vida. Por IKEA. Por Suecia. Por los Beatles. Por Japón. Por, sobre todas las cosas buena, la Tautou hermosa.
Yoko Ono: Audrey Tautou: Nathalie. La princesa. Caperucita. La reina del baile. La niña bonita. A la que todos desean. Ella, Audrey, está fabulosa, es una actriz lista y sensible, de una belleza especial, que une la ingenuidad más infantil con la sensualidad más madura, parece un dibujo, pintada, soñada, ilusionada.
El primer amor: Pio Marmai. Anodino. Perfecto. El que le correspondía inevitablemente. Estaba establecido. Su reflejo. El espejo. Su doble. Tan ideales de la muerte que no. Que no podía acabar bien. La perfección ofende a Dios, o a todos, a todos los Dioses juntos, tan envidiosos.
El canalla: Bruno Todeschini. El crápula. El jefe. El truhan. El obvio. El gañán. Seductor de pacotilla que no disimula su mucha mediocridad. Casado y aburrido. Cazador de medio pelo. Patético y ruin. Sin exagerar. Aquí, en los cuentos queridos, nadie es malo del todo, hasta los más malvados son buenos, a rabiar, muy a su pesar.
El sueco: Francois Damiens. Delicado, educado, cómico, frágil y a la vez decidido. Raro pero sano. Extraño pero honrado. Feo pero guapo. Ridículo pero original. Perdedor pero el más exitoso, en lo que cuenta, en lo de verdad. Invisible para la mayoría embrutecida, de buen fondo.
Se podría indicar, yo mismo lo he hecho toda la vida, que lima asperezas y evita conflictos, que pule turbiedades y huye de realidades amargas. Así nos canta. Melodiosamente. Pero volvemos a lo mismo de siempre. Al cómo. Al modo. A la maniera. Y es buena, muy buena, desde las estupendas elipsis al tono elegante, leve, medio, sin histrión, desde la épica de la nadería hasta los detalles más cuidados.
No hiere ni arriesga, vale, de acuerdo, pero para qué negar un juego tan armonioso y esmerado, de tan buen gusto y clase. Yo no. Y tú, si te pones a ello, tampoco, seguro, confía, baja la guardia, echa una cana al aire por una vez en la vida. Por IKEA. Por Suecia. Por los Beatles. Por Japón. Por, sobre todas las cosas buena, la Tautou hermosa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Podría ser también un compendio de cine, en clave.
Si Nathalie es una película francesa brillante, exquisita a la vez que popular y cercana, dulzona y pastelosa, tipo "Amelie", denostada por la gente más acerada y exigente, de tan alto copete, su primer compañero sería parecido, quizás más a lo bruto, sin hacer del todo, por eso mismo más apreciado y de culto, más refinado y de reducido grupo, pongamos, por seguir con Jeunet y su ejemplo, "Delicatessen", o al revés, pero los dos resultones y exitosos, y muy franceses.
El canalla quizás Luc Besson, más mainstream y mamporrero, aunque de la misma tierra santa. El bueno, el sueco, Bergman (ignorante y pobre de mí que solo conozco medio bien a este director, tan de postín, de ese país, al resto sol de vista) pasado por Tati y Louis de Funes, con algo de osito de peluche y mucho de azúcar.
La película acaba en el bosque. En la casa de la abuela.
Termina con la culminación del amor, de lo espiritual a lo carnal, con el, por fin, sexo eternamente postergado, así elevado y más todavía si cabe disfrutado, levitado, embelesado.
Cierran con palabras, con canto, con el poeta y el corazón, con esa cursilería tan querida. Esa ñoñería bondadosa.
Fijaos cómo es la cosa, en este cuento hermoso, que hasta la muerte más atroz es sinónimo de mejora y milagro, oportunidad y fiesta finalmente. El paso previo a la felicidad definitiva. Como para no quererla.
Si Nathalie es una película francesa brillante, exquisita a la vez que popular y cercana, dulzona y pastelosa, tipo "Amelie", denostada por la gente más acerada y exigente, de tan alto copete, su primer compañero sería parecido, quizás más a lo bruto, sin hacer del todo, por eso mismo más apreciado y de culto, más refinado y de reducido grupo, pongamos, por seguir con Jeunet y su ejemplo, "Delicatessen", o al revés, pero los dos resultones y exitosos, y muy franceses.
El canalla quizás Luc Besson, más mainstream y mamporrero, aunque de la misma tierra santa. El bueno, el sueco, Bergman (ignorante y pobre de mí que solo conozco medio bien a este director, tan de postín, de ese país, al resto sol de vista) pasado por Tati y Louis de Funes, con algo de osito de peluche y mucho de azúcar.
La película acaba en el bosque. En la casa de la abuela.
Termina con la culminación del amor, de lo espiritual a lo carnal, con el, por fin, sexo eternamente postergado, así elevado y más todavía si cabe disfrutado, levitado, embelesado.
Cierran con palabras, con canto, con el poeta y el corazón, con esa cursilería tan querida. Esa ñoñería bondadosa.
Fijaos cómo es la cosa, en este cuento hermoso, que hasta la muerte más atroz es sinónimo de mejora y milagro, oportunidad y fiesta finalmente. El paso previo a la felicidad definitiva. Como para no quererla.