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Voto de Ferdydurke:
4
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5,4
608
Drama
Stella (Natasha Richardson) es la atractiva esposa de Max Raphael (Hugh Bonneville), el nuevo director de un hospital psiquiátrico de máxima seguridad en las afueras de Londres. Inesperadamente, empieza a sentirse atraída por Edgar Stara (Marton Csokas), un artista recluido en la clínica, tras el brutal asesinato de su mujer en un ataque de celos. Stella y Edgar inician un tórrido romance que es contemplado en secreto por el doctor ... [+]
30 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abrupta acumulación de truculencias venéreas, familiares y psiquiátricas.
Desgarro folletinesco con ínfulas de drama reflexivo-simbólico sobre diversas cuestiones de postín, que si el arte-la locura-la pasión-el amor-el control... y así.
La historia ya la vimos miles de veces previamente, aquí se retuerce un poco más al darle un contexto hospitalario-carcelario rimbombante. Pero el hecho es simple y recurrente: mujer* castrada por ambiente represivo y marido necio, y con mucho tiempo libre, se aburre tanto que busca amante salvaje, a tiempo completo (disponibilidad total, tanto espacial como temporal, es requisito indispensable, la sangre manda y nunca se sabe a qué hora imtempestiva o en qué maldito lugar entre escombros te puede exigir su cuota de refrote y refriega la ávida señora), para que le alegre los sentidos (abotargados pero todavía avariciosos y jacarandosos) y el alma (de apariencia enjaulada pero de ansia curiosa y devoradora).
El resto lo pondrá el sexo siempre pericoloso que nos roba to el sentío y nos lleva al gran quejío.
Años cincuenta y buenas maneras que esconden turbiedades sin fin, fríos que son arrebujados por fuegos infernales.
Lo malo que tiene es que a cada quince o veinte minutos empeora irremediable, implacablemente cada vez peor, algún espanto nuevo, brioso que nos abraza, que se va sumando a la fiesta. Y así no hay modo de pasarla sin sustos. Hasta llegar a un final que no por obvio y previsible es menos tremendo y sandunguero.
Desgarro folletinesco con ínfulas de drama reflexivo-simbólico sobre diversas cuestiones de postín, que si el arte-la locura-la pasión-el amor-el control... y así.
La historia ya la vimos miles de veces previamente, aquí se retuerce un poco más al darle un contexto hospitalario-carcelario rimbombante. Pero el hecho es simple y recurrente: mujer* castrada por ambiente represivo y marido necio, y con mucho tiempo libre, se aburre tanto que busca amante salvaje, a tiempo completo (disponibilidad total, tanto espacial como temporal, es requisito indispensable, la sangre manda y nunca se sabe a qué hora imtempestiva o en qué maldito lugar entre escombros te puede exigir su cuota de refrote y refriega la ávida señora), para que le alegre los sentidos (abotargados pero todavía avariciosos y jacarandosos) y el alma (de apariencia enjaulada pero de ansia curiosa y devoradora).
El resto lo pondrá el sexo siempre pericoloso que nos roba to el sentío y nos lleva al gran quejío.
Años cincuenta y buenas maneras que esconden turbiedades sin fin, fríos que son arrebujados por fuegos infernales.
Lo malo que tiene es que a cada quince o veinte minutos empeora irremediable, implacablemente cada vez peor, algún espanto nuevo, brioso que nos abraza, que se va sumando a la fiesta. Y así no hay modo de pasarla sin sustos. Hasta llegar a un final que no por obvio y previsible es menos tremendo y sandunguero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
* A ser posible con hijo tierno e inocente para que el posible transcurrir/sucesión de tragedias bien regadas de lagrimas cruentas sea más eficaz y sabrosón si cabe.
Lo mejor: el personaje de McKellen como un trasunto masculino, pálido reflejo, de aquella enfermera Fletcher del nido del cuco. Un entomólogo cruel, frío, refinado y sin escrúpulos, un esteta que disfruta manipulando a sus enfermas criaturas, un Mengele de lo sexual, un doctor Kinsey redivivo, muerto por dentro y terrible por fuera que maneja a estos seres tontuelos y desvalidos con inusitado embeleso y generoso deleite.
Ella cumple con lo pactado: terca como mula en su previsible periplo sacrificial.
Él, también: el tópico del artista loco que las hechiza con su fiera, indómita sexualidad.
El marido, lo mismo: otro cliché inevitable. Tonto y ciego en su egoísmo educado.
La madre, igual: bruja mala. El crío, sin falta: carne de cañón utilizada, porque sí, porque venía bien y había que ahogarlo en malhadado riachuelo puesto allí por la madre naturaleza, o el buen dios, lo mismo da, con aviesas, las peores intenciones; el pobre infante como peón mancillado en ese fatalista rodar de fichas por el tablero de la desgracia y la pena, preñado de enormidades pretenciosas, bastante desaforadas y fulleras.
Natasha está enorme: muy bella, generosa y sensible. Ian lo clava como serpiente. Del resto no hay mucha pega. Quizás el amante bandido se acerca, con denuedo inopinado, a la caricatura Heathcliffiana, vive Dios, que confesados, por lo menos, nos coja.
Lo mejor: el personaje de McKellen como un trasunto masculino, pálido reflejo, de aquella enfermera Fletcher del nido del cuco. Un entomólogo cruel, frío, refinado y sin escrúpulos, un esteta que disfruta manipulando a sus enfermas criaturas, un Mengele de lo sexual, un doctor Kinsey redivivo, muerto por dentro y terrible por fuera que maneja a estos seres tontuelos y desvalidos con inusitado embeleso y generoso deleite.
Ella cumple con lo pactado: terca como mula en su previsible periplo sacrificial.
Él, también: el tópico del artista loco que las hechiza con su fiera, indómita sexualidad.
El marido, lo mismo: otro cliché inevitable. Tonto y ciego en su egoísmo educado.
La madre, igual: bruja mala. El crío, sin falta: carne de cañón utilizada, porque sí, porque venía bien y había que ahogarlo en malhadado riachuelo puesto allí por la madre naturaleza, o el buen dios, lo mismo da, con aviesas, las peores intenciones; el pobre infante como peón mancillado en ese fatalista rodar de fichas por el tablero de la desgracia y la pena, preñado de enormidades pretenciosas, bastante desaforadas y fulleras.
Natasha está enorme: muy bella, generosa y sensible. Ian lo clava como serpiente. Del resto no hay mucha pega. Quizás el amante bandido se acerca, con denuedo inopinado, a la caricatura Heathcliffiana, vive Dios, que confesados, por lo menos, nos coja.