Cuando empiezas a ver Girls, quizás puedas pensar que estás ante una serie lenta que pasará por delante de tus ojos sin pena ni gloria. Pronto empezarás a darte cuenta de que Lena Dunham ha sabido crear lo que podría convrtirse en un precedente.
Hay que alabar la sinceridad con la que asistimos a las idas y venidas de este grupo de amigas que atraviesa una de las etapas clave en la vida, la post-adolescencia / etapa pre-adulta. Guión y fotografía nos adentran en escenas tan reales como cualquier vida, como si la cámara se hubiese colado en el piso de Hannah y se hubiese quedado allí sin que nadie se percatase.
Si con algo me quedo es precisamente con esas escenas donde parece que estés observando la vida de cualquier otra persona a través de una pequeña mirilla. Desnudos reales (entendiendo reales no como algo que sucede sin más, sino como una aproximación a nuestras realidades y no a un catálogo de moda), en los que el cuerpo, la puesta en escena y la genial interpretación de Lena Dunham nos hacen pensar que estamos ante algo AUTÉNTICO; y situaciones sin edulcorar (discusiones largas, sexo corto o sin orgasmo, masturbación femenina o soledades donde llorar acurrucado y sin motivo parece ser la única opción) hacen de Girls un retrato de la genialidad del ser humano. Un batiburrillo de sentimientos, incongruencias, contradicciones, pero sobre todo de cambios, porque nunca somos la misma persona, ni tenemos por qué acabar siendo lo que habíamos planeado que seríamos.
Girls es ese camino que solo acaba cuando nos vamos.