Tras la colosal trilogía del “Señor de los Anillos”, al amigo Jackson le quedaron más ganas de aventura XXL, así que aprovechando la buena racha, se enfrascó en su otro proyecto soñado: el remake de “King Kong”. Embarcarse a hacer nuevas versiones de films míticos u obras maestras ampliamente reconocidas como tales no es una idea que suene atinada, puesto que indefectiblemente el nuevo producto resultará inferior a su precedente. Y así es, porque el original es todo un clásico referencial de la aventura, el terror y el cine fantástico en general; pese a esto, la nueva versión dista mucho de ser mediocre.

El buen pulso narrativo del realizador se muestra firme una vez más a lo largo de sus tres horas de metraje, que a un servidor no se le hicieron nada pesadas, confirmando su valía de artesano de contingencias. Es una película comercial de entretenimiento y como tal no aspira a grandes cimas artísticas, sino a un entretenido vehículo en el que las modernas técnicas de efectos especiales llevan a buen puerto -la mayoría de las veces- apabullantes secuencias de acción. Digo la mayoría, porque la escena de carreras con velocirraptores y diplodocus o como demonios se llamen, se notan más trucadas que un trilero de las ramblas, y el enfrentamiento con los ¡tres! Tyrannosaurus Rex cae en el exceso y el absurdo. Aparte de estos dos defectos, el film se muestra espectacularmente efectivo en sus dos localizaciones, ya que Skull Island es magnífica, desde esos orc… perdón, tribus idólatras del simio, hasta la hambrienta fauna (especialmente brillantes los insectos y los murciélagos) y la escrupulosa reconstrucción de Nueva York es increíble, con un emblemático final en el Empire State de infarto.

Los puntos negativos están en los dos momentos mencionados, y en ciertos actores: Adrian Brody no da el pego y Jack Black, como de costumbre, es insufrible. En cambio, la elección de Naomi Watts fue de lo más adecuada, ya que en su interacción con el gigantesco primate está el meollo del relato. Si su interacción no funcionara, sería una mera barraca de feria; no es el caso, ya que nos brinda escenas que nos fuerzan a empatizar con el monstruo y por lo tanto, ofrecer cierta emoción al relato.

Artificiosa, divertida, pretenciosa, emocionante, excesiva, fascinante, megalómana y estupenda, un tour de force en el que, como si entráramos en un parque de atracciones, hemos de dejar los prejuicios aparte y simplemente sentarnos para pasar un buen (y largo) rato.