Tenía mis reservas con respecto al género, pero esta peli ha confirmado e, incluso, superado mis peores temores. Inenarrable. Se da la paradoja de que aunque el guión es increíble (de malo), las situaciones son predecibles y la resolución final es una salida por peteneras. En “Psicosis”, Hitchcock incluyó al final una innecesaria explicación “científica” de los trastornos de Norman Bates, pero cerró la película con un plano inquietante. Aquí, para justificar el desaguisado, también nos cuelan de matute la pertinente explicación. De llorar.
Un progresivo estado de estupefacción se ha apoderado de mí a lo largo del visionado, sobre todo pensando en que hay gente que la valora muy positivamente. Debo ser un poco corto de alcances, porque yo sólo he visto un subproducto que pudo tener un cierto tirón comercial entre el aún inocente público de los cines de barrio de los setenta por sus hoy inocuas truculencias, que han quedado tan superadas como la “tecnología punta” que se exhibe en el film.
Eso lo sospechaba, pero pensaba que tal vez el brillante talento visual de Argento redimiría artísticamente al producto. Y me encuentro con que Argento no es ningún fino estilista. Que es más bien chapucero y ridículamente efectista. ¿Qué queda? La buena fotografía de Storaro, porque incluso, por momentos, la música de Morricone es improcedente.
Peor que mala. En fin. Una y no más.