Pocas cosas hay más tristes que un entierro en el que nadie tiene algo bueno que decir del muerto, y este es su equivalente cinematográfico. No voy a decir que es una mala película porque eso sería insultar a personas como Ed Wood, que a pesar de su esforzada incompetencia, amaban el cine sobre todas las cosas. No señor, esto es anti-cine, el mal. Turteltaub odia el cine porque no es capaz de hacer un solo plano en condiciones para aliñar uno de los guiones más estúpidos de la historia y que defeca (con el dinero de la Compañía Disney) en la tumba del abuelo fundador. Cage odia el cine (lo intuíamos) y coge el cheque para poder hacerse con una buena curda y olvidar que fue algo parecido a un actor o tuvo algo parecido a pelo humano. Pero no, la reina del baile es Jay Baruchel, oscuro personaje que tiene el dudoso privilegio de ser el ser humano más despreciable que he visto en una pantalla de cine: el director de casting siguió al pie de la letra las instrucciones de buscar un tipo que pareciera idiota (sospecho que aquí se confunden esencia y apariencia), y no solo eso, sino afecto por algún tipo de desorden neurológico que le impide fijar la mirada en nada y ser algo más que un saco de tics. En serio, no recuerdo ningún papel protagonista entregado a alguien con una carencia tan importante de encanto físico y/o capacidad interpretativa.

Para finalizar, no creo que ningún ser humano se merezca este engendro torpe, aburrido y (por mucho que lo nieguen los perpetradores) pretencioso, compendio magistral de todo aquello que acabará matando al cine.