Podría etiquetarse esta película como Cine Negro, y acertaríamos. También la podríamos describir como una Comedia Negra, y estaríamos en lo cierto. Sin embargo, yo diría que es la crónica de una matanza; la perpetrada por Fernán Gómez. Durante su visionado no podía evitar imaginarme al bueno de Fernando subiendo al campanario y, sin dejar de silbar, montar su rifle con mira telescópica para, acto seguido, darse un homenaje. El cura, el boticario, la intolerancia, el cabo de la guardia civil, la represión, el alcalde, la ignorancia... todos caen abatidos (metafóricamente) y agonizan en medio de un charco de sangre audiovisual.
Y es que esta película redonda en todos los aspectos es, ante todo, un inteligente testimonio de esa españa Negra que muchos no conocimos y que da más miedo que la Transilvania de Stoker: sorprende cómo sus autores pudieron burlar a la censura y dejar para posteridad este retrato de un país miserable en lo económico, paupérrimo en lo intelectual y viejuno hasta la médula. Amigos, no pueden permitirse el no recrearse con un guión de precisión Suiza, unas interpretaciones memorables y uno de los pocos diamantes que brillan sobre la increible zafiedad del cine del Franquismo.