No se puede decir otra cosa: sumar tanto talento en el reparto, el guión y la dirección solo puede engendrar algo grande. Pocos peros se pueden poner a esta historia enfermiza en la que Mankiewicz vuelve a bordear ciertas líneas y a hacer sugerencias sorprendentes para el año del estreno. Nadie como él sabe hacer que lo teatral sea más cinematográfico que nunca, que los diálogos tengan la emoción de un duelo a espada, y que nos quedemos pensativos después del fin. La película, con una fantástica fotografía en blanco y negro, se introduce en el mundo de las obsesiones, de las dependencias patológicos, de los engaños propios y ajenos, de la mezquindad de los seres humanos y de la búsqueda de la belleza: a pesar de ello, nada huele a pretencioso o impostado, y la narración avanza ágil gracias al carisma de los protagonistas. En definitiva, imprescindible.