La película es una soberana estupidez vestida de una pretendida crítica social y de intelectualismo barato, en la que un individuo con cara de border line aparece bajando de un autobús en medio del desierto y es dejado en una destartalada y solitaria gasolinera, en la que lo recibe un viejo con un cartel de "Welcome". A partir de aquí, se supone que empieza una nueva y cómoda vida para él rodeada de patanes en un mundo absurdo, imaginario e irreal sin sensaciones ni sentimientos humanos (la escena del beso en el metro es poco menos que nauseabunda). Una tomadura de pelo sin sentido y sin pies ni cabeza, para que las legiones de supuestos entendidos y culturetas compitan en estulticia. El director debe estar partiéndose de la risa.