El nuevo reboot 2015 de Fantastic Four comenzó jugando con la cancha embarrada: Ya desde el vamos todos los fans de Marvel (o sea, prácticamente toda la audiencia a la que va dirigida la película) estaban furiosos con Fox por haberse apropiado de la franquicia de X-Men y de Fantastic Four, impidiendo por determinado tiempo que se cumplan los sueños de los fans de ver los gloriosos crossovers que tanto gustaron en el mundo de los comics al cual pertenecen originalmente (una situación similar ocurre con Spiderman, propiedad de Sony, pero con tratos un poco más razonables con la casa de las ideas). Por lo tanto, nadie verá con buenos ojos una película de esta saga que tenga el logo de Fox en su comienzo, pues eso sólo puede significar malas noticias para los fans. Fox tiene la tarea titánica de apagar la ira de los fans con un producto de calidad, corrigiendo errores del pasado y creando un universo totalmente nuevo. Una misión en la cual fracasan estrepitosa y dolorosamente.

En su búsqueda de diferenciarse de sus precesoras inmediatas (las dos últimas películas de la franquicia contaban totalmente con un carisma imponente de cada uno de sus actores, pero convertían a una historia tradicionalmente de ciencia ficción en una comedia infantil), esta nueva versión apunta a una estética y un enfoque demasiado oscuros y serios, creyendo ingenuamente que eso lo volvería una versión más creíble y adulta, algo en lo que adolecen definitivamente.

A pesar del nombre, esta película no habla de "Los 4 Fantásticos", sino de un Reed Richards dotado de un nivel intelectual y científico sobrehumano desde niño (detalle que hizo que muchos nos ilusionáramos en vano con que esto fuera una fiel adaptación del comic "Ultimate Fantastic Four"), y con cuyo don y cuya ambición intelectual comienza una serie de eventos que desembocarán en un viaje dimensional que le hará obtener sus misteriosos poderes a él y a... a... a tres completos desconocidos y a un amigo suyo que en realidad no tiene nada qué hacer allí. En esta versión, los 4 Fantásticos no son una familia ni nada parecido, son un grupo de extraños que no tienen química ni son remotamente compatibles ni nada. La fraterna amistad entre Reed y Ben se convirtió en dos amigos que no podrían ser más distintos (estigmatizando un poco al buen Ben por ser pobre y bruto, comparado al genio de Reed, el cual lo apoya casi por lástima), la relación de los hermanos Johnny y Sue Storm ahora es una de dos hermanos adoptivos donde hay envidias, recelos y ni siquiera se hablan mirándose a los ojos (ya ni hablemos de que Johnny sea negro... ¿era necesario que sean adoptivos? ¡Pasaron a ser el agua y el aceite!); la divertida química entre Johnny y Ben aquí no existe, apenas se esboza un poco en un chiste tonto en la escena final y desaparece al instante; y finalmente la historia de amor de Reed y Sue, uno de los matrimonios clásicos del universo Marvel, aquí no pasa de ser unos compañeros de trabajo que se llevan bien casi por obligación, con el cual hay apenas un par de miraditas, y luego ella tratándolo como si le perdonara fácilmente el que casi le haya arruinado la vida. Pero esto se queda corto comparado a que en esta versión se echó por tierra una vez más a uno de los villanos más poderosos y grandiosos ya no de Marvel, sino de la historia de los comics: Dr. Doom. No queda ni la sombra del glorioso gobernante megalómano y egocéntrico de Latveria, aquí se convirtió en algo aún más soso que su versión anterior, con un origen perversamente inverosímil y unos poderes tan aleatorios como absurdamente terroríficos. Una decepción de principio a fin.

Es obvio que esta franquicia es una de las más difíciles de adaptar, pues tiene más dosis de ciencia ficción que cualquier otra, pero una cosa es variar un poco la historia original para adaptarla a la pantalla grande, y otra muy distinta es borrar y reescribir todo. Eso es olvidarse quién es tu público, eso es perder la esencia. Eso es cometer un error gigantesco. Y hacerlo a propósito.