"Déjame entrar" es de esas películas que te atrapan hasta rozar casi el hipnotismo. La atmósfera fría, quieta e inquietante a la vez; los paisajes blancos, como paralizados en el tiempo; los diálogos comedidos, realistas, sin una palabra de más ni una de menos; la música, melancólica como los paisajes, y en ocasiones también el silencio, estremecedor y acechante. Y, por supuesto, los dos niños protagonistas. El niño inadaptado que encuentra comprensión y calor en un ser que, en teoría, no desprende calor, pero que lo comprende de un modo más profundo que cualquier ser vivo. Y la niña, tan grande en su pequeñez, tan fiera en su aparente fragilidad, tan protectora y a la vez necesitada de protección...

Es una historia sencilla, carente de giros ni complicaciones innecesarias, sin flash backs ni explicaciones extra. Uno puede imaginar fácilmente cómo han sucedido las cosas que no se narran. Sólo es cuestión de dejarse llevar y darse cuenta de que un amor teñido de sangre puede ser puro y auténtico si se tienen 12 años.