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Voto de Pedro Triguero_Lizana:
2
Comedia Christopher Pride es un joven artista que gana un concurso de pintura cuyo premio consiste en diez mil dólares y el encargo de pintar unos frescos en un edificio de París. Encantado por la noticia, le anuncia la buena nueva a su prometida, con el deseo de que le acompañe. Ésta, psiquiatra de profesión, tiene a tres pacientes con verdadera aversión a los hombres... (FILMAFFINITY)
21 de enero de 2014
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de ver esta obra es fácil pensar que en ella ya se evidenciaba la pérdida de talento y de facultades cómicas de Jerry Lewis, sobre todo comparándola con la previa "Las joyas de la familia" (The Family Jewels, 1965). Entre uno y otro título, se puede decir que Lewis evoluciona y no evoluciona. Evoluciona hacia un mal camino, dirigiéndose hacia una comedia romántica más adulta, más sofisticada, que tal vez era un tipo de comedia más taquillera. No evoluciona (también, mal encaminado), repitiendo las payasadas de siempre, y el humor más grueso de sus películas anteriores, y repitiendo el tema del doble, es decir, desdoblándose en varios personajes.

Lo peor de todo es que estos dos caminos son erróneos: ni acierta con la comedia más o menos romántica, más o menos sofisticada, ni acierta con las payasadas y los personajes que encarna. Nada hace gracia, todo da un poco de vergüenza ajena, especialmente las escenas en las que aparece travestido, como "Heather", y especialmente el "streap-tease" que hace quitándose la ropa de mujer, y poniéndose ropa de hombre. La fiesta del final es larga, aburrida, y Buddy Lester como borracho de "show" de tercera categoría no hace ninguna gracia. La supuesta sátira del psicoanálisis y de los psiquiatras, tan importantes en los Estados Unidos, no hace gracia y además es muy burda. Según la película, si una mujer -eso sí, guapa y joven- tiene problemas psicológicos, lo único que tiene que hacer para solucionarlos es enamorarse de un hombre seductor, y ya está, con eso todo está arreglado.

Hay críticos que han destacado de este film cosas como el empleo del color en las sesiones psiquiátricas, o la secuencia del baile lento entre Lewis y Janet Leigh; pero la verdad es que ni siquiera esos elementos son muy dignos de rescatar, ni dignifican el conjunto, que es realmente catastrófico. Tan sólo salvaría a Janet Leigh, que en este largometraje hace una función parecida a la de Dean Martin, o Darren McGavin, en films previos protagonizados por Lewis; y a Kathleen Freeman, y a James Best, buenos secundarios, lastrados por un guión estúpido.

Aquí se ve a Lewis, como actor protagonista, harto, agobiado, y cansado, en su tarea de desdoblarse en varios personajes, tarea que, en la fiesta del final, se revela como una tarea agotadora y absurda. Esto es así en la ficción del film, pero este agotamiento de determinadas estrategias humorísticas vale también en el lado de la realidad del Lewis actor y director, en 1966.
Pedro Triguero_Lizana
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