El film de Enrique Urbizu se fundamenta en tres pilares básicos: el guión, la puesta en escena y la interpretación de José Coronado.

El guión, construido a medias entre el propio Urbizu y Michel Gaztambide, parte de un suceso (el tiroteo y asesinato de tres personas en un club de alterne), para mostrar dos líneas de investigación paralelas. La "oficial", llevada a cabo por la juez Chacón (Helena Miquel) y el comisario Leiva (Juanjo Artero), y la "no oficial", que es la que sigue al protagonista del film, Santos Trinidad, un veterano policía alcoholizado (José Coronado) tras los pasos del testigo que le puede incriminar en la matanza. Curiosamente, lo que empieza siendo un crimen casual, acaba con ambas líneas investigadoras siguiendo a una célula islamista, cuya actividad parece tener muchas reminiscencias con los atentados terroristas del 11 M.

Pero a Urbizu no le interesa mostrarnos un film de polis corruptos y borrachines que buscan la redención con un último acto de generosidad, y de paso hablarnos de terrorismo islámico. El universo que retrata Urbizu a través de su cámara es un mundo negro, desesperanzador, del que quedan pocos asideros al que agarrarse. Hay un claro contraste entre la pulcritud y el orden de la jueza Chacón y Leiva y el desaliño y suciedad de Santos Trinidad. Y es que Santos conoce todos los resortes del entorno en que se mueve, forma parte de él, y por ello es mucho más eficaz. Urbizu sigue a sus protagonistas, dejando que la cámara les siga, sin dar grandes explicaciones, para que sea el espectador el que vaya recibiendo la información, no a través de lo que cuentan los personajes sino a través de lo que cuentan los propios planos y secuencias que componen el film, como un rompecabezas que debe completar el propio espectador. También es interesante como no sólo evita el maniqueísmo, sino que además, le niega a su personaje la posibilidad que el espectador empatice con él, incluso le birla la posible redención. Sólo el espectador será consciente de ello.

La composición de José Coronado es muy meritoria. Construye a base de silencios un personaje desagradable, con un pasado que no llegamos a conocer del todo, y del que también ignoramos las razones de su comportamiento y cómo ha llegado a ser quién es. No por ello, se trata de un personaje sin matices. Todo lo contrario. Pero el realizador deja que sea el propio espectador el que saque sus propias conclusiones.

El resultado es un film seco, contundente, que muestra la madurez creativa de un realizador que ha sabido contarnos una historia de forma diferente, explicando los hechos más por los huecos en blanco que por los que rellena, y que sabe captar el interés del espectador y además, sin ser discursivo ni aprovechar el morbo del terrorismo, cerrando la historia dejando al espectador cierta sensación de inquietud y desasosiego.