Causeway es una de esas películas que no son ni buenas ni malas. Se queda en el medio de casi todo.
Por desgracia, su desarrollo narrativo no se diferencia demasiado del que puede tener cualquier telefilme de problemáticas humanas que se emite en la sobremesa en televisión. Sí, impacta la reflexión sobre el trauma y la depresión, pero no es nada que no hayamos visto antes. Hay una cierta pereza en la narración, por no mencionar ese final tan súbito, aunque por lo menos Lila Neugebauer (en su debut como directora de cine; es una de las más emergentes figuras de la dirección del teatro americano) esquiva la obviedad en la relación entre los dos protagonistas. Un telefilme hubiese apostado por el giro fácil en la amistad entre los personajes, y la realizadora y los guionistas lo han evitado con enorme inteligencia. Bravo.
Respecto a la pareja protagonista, sin duda lo mejor de la cinta, hay que alabar el trabajo de un excelente Brian Tyree Henry, un auténtico "robaescenas" que transpira dolor y sufrimiento en cada palabra, mirada y gesto. El actor de Eternals está maravilloso, y su nominación al Oscar, y a otros premios, está más que justificada y es muy merecida. Pero no conviene olvidar tampoco a Jennifer Lawrence, muy injustamente olvidada en esta temporada de premios, y que realiza aquí, de nuevo, una interpretación magistral. Parece mentira tener que seguir recordando a día de hoy que Lawrence, una actriz que lleva casi doce años en la élite, es una maravillosa intérprete. Algo que muchos aún se empeñan en no ver por la sencilla razón de que le tienen manía y les cae antipática, por haber cometido el crimen de haber alcanzado el Olimpo tan joven, y ser rica, guapa y famosa. Incomprensible, más si cabe viendo cómo interpreta a Lynsey. Esas miradas perdidas, esos silencios, esos gestos contenidos... es el trabajo de una maestra, le pese a quien le pese.
En definitiva, una película aceptable, correcta, bonita, pero algo escasa en su repercusión emocional en el espectador, y engrandecida por el soberbio trabajo de sus dos protagonistas.

Lo mejor: Lawrence y Tyree Henry, en dos interpretaciones excelsas, y la inteligencia con la que se lleva la peculiar relación entre Lynsey y James.
Lo peor: No se diferencia en mucho de cualquier telefilme de sobremesa con poco empaque dramático.