Vista The Hateful Eight (o Los odiosos ocho), cabe hacerle tres preguntas a Tarantino.
¿Por qué sus películas son tan adictivas, brillantes y despiadadamente únicas? No hay un director como él. no lo busquen más. No existe. Es absolutamente único. Cargado de referencias de western, thriller y lo que se le ponga por delante, cinéfilo impenitente, Tarantino siempre tiene un as en la manga, o varios. Los odiosos ocho no solo no es una excepción, sino que merece ocupar un sitio dentro del top 3 de sus mejores películas, seguramente. La manera en que va desgranando los detalles de la trama, desarrollando a los personajes y metiendo una sorpresa tras otra es simple y llanamente magistral. Como una suerte de La Ratonera de Agatha Christie en los EEUU post-Guerra Civil, Tarantino propone un juego detectivesco que no da respiro y que asombra y maravilla por la inteligencia y brillantez con que está escrito. Es imposible escoger una sola escena. Todas, o casi todas, son increíbles y provocan en el espectador una mezcla de sentimientos como sólo el cine de este autor puede conseguir. Pero uno prevalece: fascinación. Fascinación ante algo tan bien hecho y tan cuidado, y ante una historia tan increíble, salvaje, divertida, sangrienta y de todo lo que se puedan imaginar.
¿Por qué escoge siempre tan bien a sus actores? Sin necesidad de grandes figuras (o dando una interesantísima vuelta de tuerca a los más mediáticos, véase el caso de Channing Tatum), con sus actores fetiche de siempre (Michael Madsen, Samuel L. Jackson, Walton Goggins, Bruce Dern), otros que encajan perfectamente en su peculiar mundo (Tim Roth, Kurt Russell, Demián Bichir) y actrices a las que nunca hubiéramos imaginado ahí antes (Jennifer Jason Leigh), Tarantino siempre pone a los mejores delante de la cámara, o al menos a los mejores para esos personajes tan suyos y tan extremos. Sería injusto destacar solo a uno porque todos están espléndidos, pero siempre resulta maravilloso ver a Jackson a las órdenes del director que mejores cosas le saca, y Jason Leigh también merece aplausos por su fantástica caracterización de Daisy.
¿Por qué tienen que ser tan largas su películas últimamente? Porque ese es el único defecto que se le puede sacar a Los odiosos ocho. Son casi tres horas de película. Por bien que funcione la historia, es una duración indefendible, sobre todo la del tercer capítulo, que él solito dura una una hora y podría haberse resumido fácilmente en la mitad de tiempo. Parece como si Tarantino pensase que por norma sus películas tiene que durar casi tres horas para ser respetables, y estira claramente algunas escenas de forma innecesaria simplemente porque le gusta escuchar la gloriosa música que ha compuesto para él el maestro Morricone o porque sabe que sus fans acérrimos entran en modo orgasmo con eso diálogos eternos marca de la casa. Una lástima, porque es en lo único en lo que se le va la mano un poco.
Tarantino en su estado más puro, dando todo lo que sus fans esperan. Violencia desatada. Muchísimo humor. Actores en estado de gracia. Personajes destinados a convertirse en leyenda. Mitología y referencias por un tubo. Todo lo que lo ha hecho grande y todo con un nivel superlativo. A disfrutar.

Lo mejor: Casi todo.
Lo peor: Es demasiado larga.