Antes de Kingsman y demás comedias de acción recientes, con los grandes socios Matthew Vaughn y Guy Ritchie a la vanguardia, apareció Blanco escurridizo, de Jonathan Lynn.
Conocido por sus comedias de los 90, por alguna razón Lynn no ha vuelto a dirigir desde Blanco escurridizo, y la verdad es que es una pena, porque aquí acierta de pleno, con el tono y con su dinámica realización. Lo mejor de la propuesta es sin duda su desvergüenza y su entretenimiento. El guión no tiene complejo alguno, y mezcla con habilidad una historia de amor, un asesino a sueldo y muchísimo humor. El resultado es un entretenimiento puro que hace pasar un rato maravilloso a quien la vea sin prejuicios.
Es verdad que la historia podría haber estado más elaborada, pero tampoco hay que pedirle peras al olmo, y menos cuando el resultado es, como hemos dicho, tan entretenido y cuando los actores están tan bien. Cuando uno tiene unos secundarios en estado de gracia como Rupert Everett, Martin Freeman o Eileen Atkins (descacharrante), poco más le hace falta, pero es que además Bill Nighy, Emily Blunt y Rupert Grint bordan sus personajes.Nighy está simplemente soberbio en la piel de este hombre tan serio pero con corazón que es Victor Maynard. Blunt está en su salsa, demostrando que es una todoterreno que puede con todo y además posee una vis cómica fabulosa (ver cuando se mete en la cama con Tony y lo que confiesa). Y Rupert Grint no sólo nunca ha estado tan atractivo como aquí, sino que una vez más demuestra su don para la comedia con escenas tan divertidas como la de la confrontación final y su reacción al coger un cuchillo al vuelo. Además, su química con sus dos compañeros, y especialmente con Blunt, es soberbia.
Gran comedia negra para paladares sin prejuicios y que entiendan qué clase de película es.

Lo mejor: Su estilo y sus actores, todos fabulosos (atención al epílogo).
Lo peor: No le hubiera venido mal algo más de originalidad y cuidado en su historia.