Sí, la película cuenta una época, pero sobre todo cuenta la historia, las historias, de una gente que estaba obligada por las circunstancias a ser mala. Y a muchos eso de ser malos no les salía, a otros, evidentemente, sí, les salía muy bien. Los dos protagonistas están de óscar, si el óscar descendiera a los infiernos particulares del Madrid de posguerra y le quisiera comprar un reloj a Gila. Esto es cine, cine auténtico, pero también es historia, sin adornos y sin mirar a otro lado, historia de la gente sin importancia, y contada magistralmente por un Vajda que da una lección de ambientación, te mete en el paisaje hasta hacerte oler el sobaquillo de los paseantes del rastro. Y como lo primero para que la gente no se levante de la butaca es divertirla, lo hace contando las cosas con mimo, con un Pablito Calvo que aquí no hace de niño angelical, sino de niño avispado y tahur de jugar al gua, niño con recovecos y resabios, esos que da el hambre. Como las cornadas, y ahí entra Antonio Vico que prefiere las cornás a la gazuza y que como el Piyayo del romance tiene que cuidar de su niño, que es el único bien que le queda.
Sobrecoge ver a aquella gente no tan lejana en el tiempo sobrevivir en una sociedad carente de casi todo, y cómo el director despoja el relato hasta llegar al mismo hueso. Un hueso duro de roer.
Una obra maestra del cine.