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Voto de poverello:
8
Drama
Después de verse obligado a abandonar su casa y su familia por deudas de juego, un hombre rehace su vida como titiritero hasta que se ve envuelto en la revolución maoísta. Cuando consigue volver con su mujer y sus hijos, ya nada es como antes. (FILMAFFINITY)
6 de octubre de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué tiempos aquellos en los que se me ponía la piel de gallina cuando me decidía a ver la última obra de Zhang Yimou! esto no puede acabar bien
Perdido ahora el director en laberínticos asuntos más al estilo occidental, cuánto me agrada contemplar por fin uno de sus clásicos. Y empleo clásico en el sentido más esencial de la palabra, porque Yimou, al igual que a mediados del pasado siglo hicieron los autores japoneses Ozu, MIzoguchi o el primer Naruse, le da de nuevo significado a lo que es y simboliza el clasicismo cinematográfico, ese que nada tiene que ver con el exceso interpretativo o de planificación del Hollywood de los años dorados. Yimou, como ya hiciera en Sorgo Rojo, Ju Dou y de manera clara en La linterna roja, bebe de las fuentes argumentales de Ozu en lo referente a mujeres fuertes y de alguna manera independientes (más mérito tiene el director japonés que ya se dedicaba a dar cera a principio de los años 30 del siglo pasado) y rueda verdaderas tragedias bajo una lluvia torrencial crítica hacia el régimen chino al que tantos quebraderos de cabeza le ha dado, y que le acerca más a los filmes despiadados y desesperanzadores de Mizoguchi, también a nivel narrativo con similitudes evidentes en su crudeza a sus inolvidables Naniwa u O'Haru. El sufrimiento no provoca llanto, sino indignación e impotencia, que es bastante peor (*spoiler).
No puedo dejar de nombrar, o me sentiré culpable el resto de mis días, la maravillosa película Malu Tianshi (1937, Yuan Muzhi), a mi corto entender la mejor película china de la historia (al menos de las que he visto), y que sin duda ha sido referente en la filmografía de Yimou y del resto de realizadores orientales.
Vuelve a tus orígenes Zhang, a no obviar el símbolo de quemar títeres al igual que siempre intentaron destruir tus obras; pero éstas eran demasiado inmensas.
Perdido ahora el director en laberínticos asuntos más al estilo occidental, cuánto me agrada contemplar por fin uno de sus clásicos. Y empleo clásico en el sentido más esencial de la palabra, porque Yimou, al igual que a mediados del pasado siglo hicieron los autores japoneses Ozu, MIzoguchi o el primer Naruse, le da de nuevo significado a lo que es y simboliza el clasicismo cinematográfico, ese que nada tiene que ver con el exceso interpretativo o de planificación del Hollywood de los años dorados. Yimou, como ya hiciera en Sorgo Rojo, Ju Dou y de manera clara en La linterna roja, bebe de las fuentes argumentales de Ozu en lo referente a mujeres fuertes y de alguna manera independientes (más mérito tiene el director japonés que ya se dedicaba a dar cera a principio de los años 30 del siglo pasado) y rueda verdaderas tragedias bajo una lluvia torrencial crítica hacia el régimen chino al que tantos quebraderos de cabeza le ha dado, y que le acerca más a los filmes despiadados y desesperanzadores de Mizoguchi, también a nivel narrativo con similitudes evidentes en su crudeza a sus inolvidables Naniwa u O'Haru. El sufrimiento no provoca llanto, sino indignación e impotencia, que es bastante peor (*spoiler).
No puedo dejar de nombrar, o me sentiré culpable el resto de mis días, la maravillosa película Malu Tianshi (1937, Yuan Muzhi), a mi corto entender la mejor película china de la historia (al menos de las que he visto), y que sin duda ha sido referente en la filmografía de Yimou y del resto de realizadores orientales.
Vuelve a tus orígenes Zhang, a no obviar el símbolo de quemar títeres al igual que siempre intentaron destruir tus obras; pero éstas eran demasiado inmensas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y mira que lo sé, que estoy advertido con este cavernícola, y me dije, la hija muere, pero fijo, como que hay Dios... Pero esa indignación se queda, clavada y moribunda, junto al doctor repudiado -posiblemente símbolo de lo que no se puede recuperar cuando ya quisimos que se perdiera porque no nos convenía- al que tarde se le exige un imposible.