Sin duda, Vallée se convierte en un director con una estética fácilmente reconocible. Su potencia visual en series como Big Little Lies y esta casi redonda Heridas Abiertas cautiva y a la vez respeta al espectador, ya que no se vuelca tan solo en el tratamiento de la imagen, de los planos y secuencias, si no que es capaz de transmitir ideas, sentimientos y hacer que el argumento avance y el espectador se enganche. Mucha atención a la música, fundamental para ver el estado de ánimo y cómo piensan en cada momento los personajes. Rodar con estilo no es necesariamente abandonar las tramas. Su cuidado estético se acompaña de ritmo y si, además, el libro en el que se basa es fascinante y tenemos a las grandísimas Adams y Clarkson llenando la pantalla, el espectador queda saciado en todos los frentes. Particularmente, esa ambientación tipo True Detective, un poco de los personajes de Fargo y actores secundarios, todos ellos, altamente cualificados (está Elizabeth Perkins, a la que había perdido hace años ¡¡!!) me agarra por el cuello desde los primeros minutos del primer capítulo y no me suelta hasta los créditos del octavo y último capítulo. Y es que, amigos, el que se pierda los créditos finales de ese episodio quizás se quedé pensando más de la cuenta en ese final terrible y magnífico al tiempo. Y Amy Adams sin Emmy y sin Globo de Oro. Hay que ver cómo están las cabezas de los repartidores de premios por allí.