Una película británica que explora rutas en los lugares más íntimos del corazón USA. Bueno, no pasa nada si la historia que se quiere contar es buena tanto da. Pero es que la película, larga, casi tres horas de las cuales más de dos son anodinas por repetitivas, parece haberse acabado tras presentarnos a los personajes, interesantes, como muestra de una juventud sin norte a la que la pasta, las drogas, el sexo y el alcohol parecen ser su único combustible. Un poco lo de siempre, con un Shia LaBeouf que debería centrarse en su carrera y, por fin, descubrirnos el magnífico actor que ya nos ha dejado entrever en varias películas, una Sasha Lane bastante potable y, sobre todo, una enigmática Riley Keough que cuando aparece se come al resto de actores. Pero la historia, conducida por una música o algo similar de rap transgresor, lleno de palabras malsonantes, no da más de sí, a partir de la hora de película ya sabemos que no pasará nada que no sepamos y comenzamos a aburrirnos. Es lo que hay cuando se quiere transgredir y epatar: se te va la historia de las manos y el metraje se hace infinito.