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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Musical. Comedia. Romance Antes de conocer a la aspirante a actriz Kathy Selden (Debbie Reynolds), el ídolo del cine mudo Don Lockwood (Gene Kelly) pensaba que lo tenía todo: fama, fortuna y éxito. Pero, cuando la conoce, se da cuenta de que ella es lo que realmente faltaba en su vida. Con el nacimiento del cine sonoro, Don quiere filmar musicales con Kathy, pero entre ambos se interpone la reina del cine mudo Lina Lamont (Jean Hagen). (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe un puñado de películas privilegiadas cuyo sólo visionado alcanza para reconciliarnos con la vida. Transmiten una magia especial en tanto que subliman en su mensaje todo aquello por lo que definitivamente merece la pena estar sobre esta tierra. «Sopa de ganso», «Con faldas y a loco» o «Luna nueva» son claros ejemplos, pero quizá la película que mejor y que con más pureza destila este sentimiento de bienestar ante la existencia misma sea «Cantando bajo la lluvia». No entraré en el debate acerca de si estamos o no ante el mejor musical de todos los tiempos, pero es innegable que se trata de una película perfecta. No sólo concatena con enorme equilibrio números musicales de excelsa calidad y una narración convincente y sumamente interesante, sino que, como digo, transmite en su discurso esa magia intangible pero extremadamente sensitiva que sólo poseen las obras cumbre de la historia del cine.

La película es el resultado del enorme esfuerzo de producción de un conjunto de artistas comprometidos y talentosos. Productores, intérpretes, músicos, guionistas, bailarines, coreógrafos y directores se orquestan a la perfección para ofrecernos un film que es un canto a la vida y a la importancia de la música como medio para alcanzar el bienestar interior y para encontrarnos con nosotros mismos. La danza, probablemente el más genuino y natural de los impulsos expresivos humanos, elevada a la categoría de lenguaje universal. Cómo no sentirse frenético ante el incontenible y dinamitero baile de «Make Them Laugh», cómo no percibir la pasión romántica durante la ascética y llana declaración de amor de Kelly a Reynolds en «You Were Meant For Me», cómo no disfrutar con el enmarañado trabalenguas de «Moses Suposes» o no sentir la esperanza de un nuevo día en «Good Morning, Good Morning», o no maravillarse con la glorificación total que supone el número final en el decorado de las calles de Broadway, esa «Broadway Melody» que supone el contacto con los sueños y los anhelos más profundos. Finalmente, cómo no enamorarse de la vida misma durante la inmortal canción que da título a la película y cómo no chapotear junto a Kelly en esos charcos que ya forman parte de la iconografía de nuestras vidas: la felicidad total ante el sentimiento del amor, el agradecimiento eterno a esa lluvia que nos empapa de alegría y gozo.

Temáticamente la película demuestra una modernidad aplastante, hasta tal punto que se vuelve completamente atemporal. El sentido de la autoparodia planea durante toda la proyección; la supuesta muerte del cine mudo como foco argumental, las dificultades para afrontar las tecnologías del sonoro y las exigencias de las estrellas (algo que desde luego perdura hasta nuestros días) funcionan a modo de ramillete temático para conducir la historia hasta su magnífico desenlace. Por supuesto que merece una mención especial el cuarteto protagónico: un Kelly en estado de gracia, moviéndose como los ángeles y regalándonos tal vez su interpretación cumbre (la más recordada, eso seguro); la ternura y espontaneidad de Reynolds en un personaje lleno de matices; O’Connor ofrece un derroche físico y de comicidad visual sin límites; y Hagen, probablemente la más destacada de todo el reparto, encarna a la perfección a la estrella caprichosa enamorada y antojadiza, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Un puñado de personajes deliciosos llevados adelante por unos actores iluminados.

Poco más que no se haya dicho ya de esta obra maestra inmortal. Alegría, música y baile para ensalzar este medio artístico maravilloso que es el cine y que puede hacernos olvidar todo lo que merece la pena olvidarse, al menos mientras dure y perdure esta danza mágica y maravillosa. Sí, ya lo dijo alguien, pero yo lo secundo: el mundo del cine, y el mundo en general, son mejores gracias a «Cantando bajo la lluvia». Porque esta película no sólo es felicidad estampada en celuloide y no sólo es una película SOBRE el cine.

«Cantando bajo la lluvia» ES el cine.
Arsenevich
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