Si hay algún adjetivo que define a esta película es “convencional”. Convencional es su planteamiento, su desarrollo y, sobre todo, su final. Y esto, que por si mismo no tiene porque ser malo (tampoco augura nada bueno, no nos engañemos), acaba, no obstante, por resultar un lastre debido a que dicha convencionalidad no viene acompañada de una pátina de brillantez. El director, Hany Abu-Assad se muestra incapaz de insuflar épica y emoción a la parte más aventurera de la historia, y Kate Winslet e Idris Elba, aunque defienden con profesionalidad a sus respectivos personajes, no encuentran la química que el relato demanda en ningún momento, quedando, de esta manera, el lado romántico de la historia herido de muerte. Poco queda, pues, a defender en esta producción, más allá de la indudable espectacularidad del entorno en la que se desarrolla. Y luego está Winslet, que como actriz come aparte, y que por si sola, sería capaz de aumentar el nivel cinematográfico de la grabación doméstica de un cumpleaños familiar. Pero hasta las más grandes naufragan sin un personaje a la altura de su categoría. Y en este film, destinado al público menos exigente, no encuentra el margen de maniobra necesario para apartarlo del camino de las películas de ver y olvidar.

Lo mejor: Kate Winslet, aun con el piloto automático.

Lo peor: esa escena final.