El tándem Scorsese-Schrader se puso manos a la obra en diseccionar la vida de Cristo basándose en la obra de Nikos Kazantzakis. Se nos presenta un mesías como ser humano con sus sentimientos, miedos, angustias, etc. Y no solo se muestra en la última media hora del film sinó en el principio al que le vemos fabricando cruces de madera para los temidos romanos (no olvidemos que era carpintero) tejiendo su facetas de anti-héroe calvinista que tanto le gusta a Schrader perfilar en sus personajes hasta la total y completa salvación de sus actos. El deseo de amar hace mella en él y Maria Magdalena. La visceral y lograda escena del encuentro de los dos en el crepúsculo después de una inagotable sesión de cama por parte de ella nos lleva a la idea de que los Evangelios aquí són amputados con toda su intervención divina. Solamente pululan seres humanos que se comportan como tal en un clima de visceralidad sofocante. El sueño final, en la cruz, es el claro deseo de arrepentimiento frente a la predestinación otorgada por Dios. El hombre no deja de ser hombre y yace, con sus dudas y tormentos, en el calvario a la espera de ser arrebatado lejos de la angustia que tanto le ha sacudido a lo largo de su vida. Si estas reflexiones carecen de religiosidad apaga y vámonos.
Peter Gabriel, entre otros, ameniza la acertada música de cortes étnicos a lo largo del film, redondeando lo que podría haber parecido un largometraje lento y discursivo.