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España España · Murcia
Voto de Evol:
6
Terror Adaptación de la famosa novela de Bram Stoker que toma como punto de referencia la insuperable adaptación de Murnau. Jonathan Harker viaja desde Wismar a Transilvania para visitar el castillo del legendario conde Drácula, a quien pretende venderle una mansión en su ciudad. Atraído por una fotografía de Lucy, la mujer de Harker, Nosferatu parte inmediatamente hacia Wismar, llevando con él la muerte y el horror. (FILMAFFINITY)
24 de mayo de 2011
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Una vez más, Werner Herzog nos asalta con su particular concepción de la locura como estado de indefinición entre el arrebato liberador y la enajenación autodestructiva. Y es esta disyuntiva, planteada como interpelación directa al espectador, la que se constituye como elemento medular de su filmografía y como motivación legitimadora para esta enésima adaptación del mito vampírico. Y es que no se explica que Herzog vuelva a resucitar a este ilustre “no muerto” si no es desde la perspectiva de la asimilación a su reconocible universo.

Locura sainetesca (Renfield), enajenación histérica (Lucy), cretinismo alucinado (Jonathan Harker), neurosis aguda (Van Helsing), depresión galopante (Drácula)...en definitiva, un caldo de cultivo único para el crecimiento del virus Herzog, Y es dentro de este manicomio donde encontramos los momentos más destacables de la película, especialmente en esa perturbadora escena que nos muestra la devastación de toda una ciudad sometida al pánico colectivo bajo los efectos de la Muerte Negra. Es en este momento, mientras contemplamos a los habitantes de la ciudad condenada celebrando febrilmente sus últimos días en el mundo de los vivos, cuando Herzog vuelve a desestabilizar nuestra sólida percepción de la dualidad “cordura-locura”.

Sin embargo, una vez superada esta estimulante subversión de nuestras certezas, únicamente asistimos a una correcta revisión de la celebrada película de Murnau envuelta en una espléndida fotografía y en un atmosférico tratamiento musical, pero lastrada en algunos momentos por una forzada actitud de arte y ensayo. Mención aparte merece el capítulo interpretativo: Klaus Kinski, a pesar de sus esfuerzos, solo consigue mantener el tipo durante casi todo el metraje (exceptuando esos fugaces momentos en que nos hace sentir algo muy cercano a la vergüenza ajena), mientras que Isabelle Adjani podría haber sido sustituida perfectamente por una figura del museo de cera más cercano. Y para finalizar, una duda: ¿a qué vienen esas momias de los títulos de crédito? ¿material de archivo desechado de alguno de los trabajos documentales del director?.
Evol
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