Susanne Bier puede ser considerada como la reina del melodrama nórdico, al menos atendiendo a sus últimas películas que son las que se han estrenado aquí. Los argumentos de sus películas son desaforados y a veces hasta increíbles como es este caso, pero ella se encarga de dotarlos de una capa de contención y elegancia que sitúa a sus películas por encima de lo que debieran ser.
El argumento de Hermanos parte también de una premisa tan dramática como intensa, que Susanne Bier se encarga de reconducir por otros caminos más complejos de los inicialmente previstos.
El protagonista de Hermanos está felizmente casado con una mujer espectacular, tiene dos niñas preciosas, unos padres que le admiran y un hermano, que es la oveja negra de la familia. Además trabaja como militar, algo que enorgullece a su padre. Pero desgraciadamente en una misión en Afganistán es dado por muerto, descolocando así a toda una familia en la que él era el centro sobre el que giraba todo. Una mujer perdida, unos padres destrozados y un hermano que se siente en la obligación de asumir el rol que el fallecido desempañaba en la familia. La película llega hasta este punto sin estridencias y manteniendo un correcto equilibrio entre su lado más dramático, en el que afloran los reproches familiares, y esa parte que empuja a sus personajes a intentar seguir con la vida con la mayor normalidad posible. Una normalidad que se va complicando con sentimientos cada vez más complejos. Algo a lo que la película se acerca de forma sencilla y pudorosa.
Pero claro, lo que los personajes no saben, y el espectador si, es que en Afganistán siguen pasando cosas. Unos hechos que harán que su vida se vuelva a ver sacudida por segunda vez en poco tiempo. Una sacudida que en principio todos recibirán con entusiasmo, pero que con el tiempo situará a los personajes al borde del abismo. Pero cuando el espectador espera un festival de celos y engaños, la película ofrece una historia en la que el trauma provocado por un profundo sentimiento de culpa se adueña de una historia, que aunque excesiva, nunca pierde los papeles.
Quizás se echa de menos algo más de sangre caliente entre tanta frialdad nórdica, pero Susanne Bier consigue mantener la compostura de forma bastante honesta. La película no es todo lo volcánica que se esperaba con este argumento, pero siempre es interesante.
Mención aparte para el buen trabajo de los actores, especialmente del siempre impecable Ulrich Thomsen.