"South Park" supuso, junto con "Los Simpson", la renovación de las series de animación para televisión, basándose ambas en una visión crítica y con elevadas dosis de mala leche sobre la sociedad actual, y ofreciendo una alternativa en un mundo dominado por las series infantiles o las producciones niponas.

Mucho más ácida y corrosiva que la obra maestra de Matt Groening (que, no en vano, se emite en la Fox, por lo que el mensaje final siempre es conciliador y políticamente correcto), la serie de Parker y Stone no suele dejar títere con cabeza y arremete furibunda contra todo lo que se menea en la pacata sociedad estadounidense. Sin embargo, no alcanza los niveles de excelencia de "Los Simpson".

Esta película, evolución lógica de todo exito catódico que se precie, cumple lo que promete en su título: es un episodio mucho más largo de la serie, y estrenado en cines; pero, por eso mismo, se hace demasiado pesado, llegando a cansar, haciéndose reiterativa en sus situaciones (vale, Saddam y el Diablo son amantes, ya nos hemos enterado), y logrando que uno esté deseando que termine.

Al igual que los habitantes de Springfield, los de South Park nunca debieron abandonar su medio de origen.