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Voto de TOM REGAN:
7
7,4
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Drama
Tres hijos de una viuda de Baviera luchan en la Primera Guerra Mundial en el bando alemán, mientras que un cuarto lucha por los Estados Unidos, enemigo de Alemania... En 1940 el director Archie Mayo adaptaría nuevamente esta historia de I.A.R. Wylie, en esa ocasión ambientada en la II Guerra Mundial. (FILMAFFINITY)
12 de febrero de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
36/06(07/02/18) Interesante film silente del maestro de Maine, John Ford (producción y dirección), que este 13 de febrero cumple 90 desde su estreno, combina una realización maravillosa con un melodrama maniqueo y ultra-sensiblero, donde todo es lineal y se desarrolla en base a una sucesión de desgracia sobre desgracia, pero ello embellecido por el influjo del expresionismo alemán, sobre todo el de F.W. Murnau. Ford de hecho, los exteriores correspondientes a un pueblo alemán utilizados por Murnau para “Amanecer” (1927) son reutilizados por él para su película ambientada en su mayor parte en Alemania. Ford mismo escogió el relato en el que se basaría su nueva película, “Grandma Bernle Learn ser Letters” (1926), de la popular escritora I.A.R. Wylie, publicada por primera vez en el Saturday Evening Post. La católica Baviera ocupará en la historia el lugar que en otros filmes desempeña Irlanda en el imaginario patriótico fordiano. Es uno de los pocos films supervivientes de las más de cincuenta películas mudas que Ford dirigió entre 1917 y 1928. Aunque "muda", fue lanzada con un Movietone pista de música y efectos de sonido, relevante esto en la secuencia en que oímos a un soldado moribundo gritar desolado llamando a su madre. Fue un gran éxito de crítica y público, el mayor en la dilatada carrera de Ford durante la época muda, y reportó cuantiosos beneficios a la productora. Todavía décadas después sigue siendo considerada como una de las mejores películas (si no la mejor) de Ford en el período silente.
Ford evoca en esta cinta una oda a la familia y a la madre como epítome vertebrador de ella, por encima del padre, del que sabremos nada, simplemente no aparece, y sobre como las tragedias (en este caso la Guerra) las desestructuran ejemplos posteriores son “Las uvas de la ira” (1940) o “Que verde era mi valle” (1941), también deja patente la nostalgia que sufren los emigrantes por la tierra abandonada, ejemplo notorio es “El hombre tranquilo” (1952).
En el centro de la historia está Frau Bernle encarnada con una dulzura epicúrea por Margaret Mann, en una actuación que da sentido a un melodrama simplista, pero que ella con su presencia embiste de emoción. Como anécdota está por la presencia del joven (20 años) John Wayne en un papel no acreditado como oficial.
Ford con su narrativa visual exquisita es capaz de aminorar en mucho los intertítulos, la fluidez expresivadel desarrollo es de enorme comprensión. Esto queda ya patente desde su cautivador y bucólico arranque, el objetivo sigue a al orondo cartero (Albert Gran, clara reminiscencia del Emil Jannings de “El último que ríe”, 1924), este lleva cartas con alborozo, como portador de buenas noticias, se cruza con los entusiastas lugareños, en medio de bromas y situaciones alegres, presentándonos este pueblo típico alpino bávaro, estableciendo una atmosfera idealizada de la vida en los pueblos rurales donde todos se conocen. Ford maneja el pueblo como elemento de emisión emocional, esto se constata con la transición que sufre el lugar, primero iluminado, cálido, evocador, a medida que el drama de la guerra se apodera de la acción, las calles se van oscureciendo, esto en paralelo con el personaje que ejemplifica el alma del entorno, el cartero, al inicio un alegre portador de felices noticias que se interrelaciona con los vecinos de modo fervoroso, y durante la guerra el mensajero de la muerte (la carta con bordes negros) con el que nadie quiere tener que cruzarse.
Al principio también conocemos en su cumpleaños a Frau Bernle, en una tierna entrada de una adorable anciana querida por todos como guardiana de las esencias de la villa, y sus hijos como herederos cariñosos. Ford presenta los 4 vástagos por medio de ingenioso encadenados-fundidos donde la personalidad de cada uno quedará bien delineada excelente visualmente mientras la Madre introduce la ropa lavada de cada uno de ellos en su cajón correspondiente. Aquí la maestría estética-simbólica de Ford se muestra en su esplendor, manejando recursos visuales en encadenados formidables.
Ford deja chispazos del cineasta enorme que está por llegar en conceptos dramáticos como las profundidades de campo, el manejo de planos generales que dejen fluir la acción emocional en por ejemplo las escenas de reuniones familiares, haciendo uso de las alegorías visuales de modo punzante, ejemplo la cena de la familia protagonista en que los dos hermanos que caerán muertos en batalla son encuadrados junto a un crucifijo, esto remarcado, en la despedida d ambos de la madre para ir al frente en que en la sombra de la mano de la Madre se refleja en la cara de los dos mencionados, en clara señal de la sombra de la muerte (efecto que Ford repetirá en obras posteriores), otro deliciosa escena por su significado triste es cuando la Madre cena sola a la gran mesa de su casa (otrora a rebosar) vacía, y ella imagiuna a sus cuatro hijos sentados junto a ella, en una sobreimpresión doliente en su melancolía de cualquier tiempo pasado fue mejor.
La escena en que el cartero va a llevar una fatídica carta y este es visto a través de una ventana de la casa de la Madre que está en el interior arrodillada mirando un cofre con recuerdos de sus hijos, y vemos acercarse pesaroso el otrora feliz repartidor enmarcado con lirismo por la ventana, la Madre alza la vista y ve al portador de letales nuevas y el sentimiento se nos hunde en el alma. Y es que el uso de la ventana es significativo para Ford, lo hace en otro momento anterior cuando la Madre contempla compungida como su hijo Andreas es rapado como recluta militar entre las burlas de sus compañeros, en gesto de la despersonalización que imponen los ejércitos, claro antecedente de la escena de apertura de la kubrickiana “La Chaqueta Metálica” (1987), de 59 años después, la secuencia termina con la mano de la Madre sobre el cristal, y esta imagen fundiéndose con el desfile del ejército a su partida. (sigue en spoiler)
Ford evoca en esta cinta una oda a la familia y a la madre como epítome vertebrador de ella, por encima del padre, del que sabremos nada, simplemente no aparece, y sobre como las tragedias (en este caso la Guerra) las desestructuran ejemplos posteriores son “Las uvas de la ira” (1940) o “Que verde era mi valle” (1941), también deja patente la nostalgia que sufren los emigrantes por la tierra abandonada, ejemplo notorio es “El hombre tranquilo” (1952).
En el centro de la historia está Frau Bernle encarnada con una dulzura epicúrea por Margaret Mann, en una actuación que da sentido a un melodrama simplista, pero que ella con su presencia embiste de emoción. Como anécdota está por la presencia del joven (20 años) John Wayne en un papel no acreditado como oficial.
Ford con su narrativa visual exquisita es capaz de aminorar en mucho los intertítulos, la fluidez expresivadel desarrollo es de enorme comprensión. Esto queda ya patente desde su cautivador y bucólico arranque, el objetivo sigue a al orondo cartero (Albert Gran, clara reminiscencia del Emil Jannings de “El último que ríe”, 1924), este lleva cartas con alborozo, como portador de buenas noticias, se cruza con los entusiastas lugareños, en medio de bromas y situaciones alegres, presentándonos este pueblo típico alpino bávaro, estableciendo una atmosfera idealizada de la vida en los pueblos rurales donde todos se conocen. Ford maneja el pueblo como elemento de emisión emocional, esto se constata con la transición que sufre el lugar, primero iluminado, cálido, evocador, a medida que el drama de la guerra se apodera de la acción, las calles se van oscureciendo, esto en paralelo con el personaje que ejemplifica el alma del entorno, el cartero, al inicio un alegre portador de felices noticias que se interrelaciona con los vecinos de modo fervoroso, y durante la guerra el mensajero de la muerte (la carta con bordes negros) con el que nadie quiere tener que cruzarse.
Al principio también conocemos en su cumpleaños a Frau Bernle, en una tierna entrada de una adorable anciana querida por todos como guardiana de las esencias de la villa, y sus hijos como herederos cariñosos. Ford presenta los 4 vástagos por medio de ingenioso encadenados-fundidos donde la personalidad de cada uno quedará bien delineada excelente visualmente mientras la Madre introduce la ropa lavada de cada uno de ellos en su cajón correspondiente. Aquí la maestría estética-simbólica de Ford se muestra en su esplendor, manejando recursos visuales en encadenados formidables.
Ford deja chispazos del cineasta enorme que está por llegar en conceptos dramáticos como las profundidades de campo, el manejo de planos generales que dejen fluir la acción emocional en por ejemplo las escenas de reuniones familiares, haciendo uso de las alegorías visuales de modo punzante, ejemplo la cena de la familia protagonista en que los dos hermanos que caerán muertos en batalla son encuadrados junto a un crucifijo, esto remarcado, en la despedida d ambos de la madre para ir al frente en que en la sombra de la mano de la Madre se refleja en la cara de los dos mencionados, en clara señal de la sombra de la muerte (efecto que Ford repetirá en obras posteriores), otro deliciosa escena por su significado triste es cuando la Madre cena sola a la gran mesa de su casa (otrora a rebosar) vacía, y ella imagiuna a sus cuatro hijos sentados junto a ella, en una sobreimpresión doliente en su melancolía de cualquier tiempo pasado fue mejor.
La escena en que el cartero va a llevar una fatídica carta y este es visto a través de una ventana de la casa de la Madre que está en el interior arrodillada mirando un cofre con recuerdos de sus hijos, y vemos acercarse pesaroso el otrora feliz repartidor enmarcado con lirismo por la ventana, la Madre alza la vista y ve al portador de letales nuevas y el sentimiento se nos hunde en el alma. Y es que el uso de la ventana es significativo para Ford, lo hace en otro momento anterior cuando la Madre contempla compungida como su hijo Andreas es rapado como recluta militar entre las burlas de sus compañeros, en gesto de la despersonalización que imponen los ejércitos, claro antecedente de la escena de apertura de la kubrickiana “La Chaqueta Metálica” (1987), de 59 años después, la secuencia termina con la mano de la Madre sobre el cristal, y esta imagen fundiéndose con el desfile del ejército a su partida. (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Ford muestra el horror de la guerra en una sola secuencia, pero muy sentida: Vemos un paramo envuelto en niebla o humo que emite toxicidad, un grupo de soldados americanos vemos acurrucados en su trinchera, sus rostros ajados, mugrientos, polvorientos, sucios, y tristes, y entonces se escucha (por medio del Movietone) un bramido de alguien quejándose en alemán, los americanos preguntan al que sabe germano que dice y este con cara compungida responde que dice que llama a su “Mutterchen” (Pequeña Madre), conmovedor.
El último tramo se alarga en demasía y queda muy sensiblero y almibarado, una oda a las bondades de ser un emigrante en USA, que esto nos llega a empujones, pues las licencias que hay que darle para digerirlo son enormes. Nos tenemos que creer que una anciana aprende inglés, nos tenemos que creer que esta anciana se escapa sin querer de la Isla de Ellis, pero como puede cruzar el rio Hudson hasta Nueva York? Y como leches la policía la lleva a casa de su hijo y no la devuelve a Ellis? Demasiado azúcar con el que Ford se mira en el espejo de su familia emigrante de Irlanda. Este tramo me queda forzado, y no es que haya durante el metraje (lo de que en la despedida del último hijo en la estación, que solo estela Madre para despedir a su hijo, y no haya más familiares o novias de soldados es chirriante).
La puesta en escena resulta buena, rodándose en los 20th Century Fox Studios de Los Ángeles, con una excelente recreación del pueblo alpino, en realidad el mismo que el del film “Amanecer”, con un excelente diseño de vestuario de Sam Benson (“Soldado profesional”), con el atuendo folk bávaro y con los uniformes militares. Sobresale la excelente fotografía de George Schneiderman (“El juez Priest” o “Barco a la deriva”), haciendo un manejo de la iluminación prodigiosa en su cometido de expresar (sombras, claroscuros, contraluces,…), jugando con el goticismo, creando cuadros de una belleza fascinante (ejemplo ese “lienzo” de la Madre cuando le llega la carta de los dos hijos muertos y va al dormitorio a sentarse junta a la cama y la luz entra por la ventana de modo elegiaco y su otro vástago se sienta mirándola, epicúreo), experimentando con las alegorías visuales (las manos, las ventanas, las cartas, las sobreimpresiones, …) todo un alarde en emitir sensaciones a través de la fuerza de las imágenes.
Las actuaciones resultan en su conjunto histriónicas y pasadas de vueltas en sus gesticulaciones y genuflexiones, aunque esto lo contrarresta la magnífica interpretación de Margaret Mann como la Madre, con sutilidad transmite calidez humana, cariño, ternura, amor, dolor, y ello sin caer en la fácil sobreactuación, vemos a una Madre sufriente que nos cala y conmueve, siendo protagonista y centro de la última y reconfortante imagen; Los hermanos son meros arquetipos intercambiables, de los que nada sabremos de ellos, que piensan y que les mueve, clichés con ojos, si acaso Joseph encarnado por James Hall, un estereotipo orgánicamente cojo, pues no hay coherencia en su comportamiento errático, se le supone feliz en su pueblo de agricultor, y un siniestro militar le humilla y ya decide dejar a sus hermanos y querida Madre, personaje tópico para reflejar de modo simplista-panfletista que buenos son los Estados Unidos; Reseñar el rol de villano encarnado por Earle Fox, una caricatura de comandante Von Stomm, mera muleta en que volcar el odio a los alemanes malos y dejar al resto como buenos, se puede ver influenciada la imagen de este por Eric Von Stroheim y los personajes que hizo de rígido militar prusiano con monóculo. Aunque en su favor mencionar que se le da un final digno.
En conjunto, sumado lo bueno y malo me da una más que interesante propuesta que da pinceladas exquisitas del genio del Séptimo Arte que está por llegar en la figura de John Fiord. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: https://conloslumiereempezo.blogspot.com/2018/02/cuatro-hijos.html
El último tramo se alarga en demasía y queda muy sensiblero y almibarado, una oda a las bondades de ser un emigrante en USA, que esto nos llega a empujones, pues las licencias que hay que darle para digerirlo son enormes. Nos tenemos que creer que una anciana aprende inglés, nos tenemos que creer que esta anciana se escapa sin querer de la Isla de Ellis, pero como puede cruzar el rio Hudson hasta Nueva York? Y como leches la policía la lleva a casa de su hijo y no la devuelve a Ellis? Demasiado azúcar con el que Ford se mira en el espejo de su familia emigrante de Irlanda. Este tramo me queda forzado, y no es que haya durante el metraje (lo de que en la despedida del último hijo en la estación, que solo estela Madre para despedir a su hijo, y no haya más familiares o novias de soldados es chirriante).
La puesta en escena resulta buena, rodándose en los 20th Century Fox Studios de Los Ángeles, con una excelente recreación del pueblo alpino, en realidad el mismo que el del film “Amanecer”, con un excelente diseño de vestuario de Sam Benson (“Soldado profesional”), con el atuendo folk bávaro y con los uniformes militares. Sobresale la excelente fotografía de George Schneiderman (“El juez Priest” o “Barco a la deriva”), haciendo un manejo de la iluminación prodigiosa en su cometido de expresar (sombras, claroscuros, contraluces,…), jugando con el goticismo, creando cuadros de una belleza fascinante (ejemplo ese “lienzo” de la Madre cuando le llega la carta de los dos hijos muertos y va al dormitorio a sentarse junta a la cama y la luz entra por la ventana de modo elegiaco y su otro vástago se sienta mirándola, epicúreo), experimentando con las alegorías visuales (las manos, las ventanas, las cartas, las sobreimpresiones, …) todo un alarde en emitir sensaciones a través de la fuerza de las imágenes.
Las actuaciones resultan en su conjunto histriónicas y pasadas de vueltas en sus gesticulaciones y genuflexiones, aunque esto lo contrarresta la magnífica interpretación de Margaret Mann como la Madre, con sutilidad transmite calidez humana, cariño, ternura, amor, dolor, y ello sin caer en la fácil sobreactuación, vemos a una Madre sufriente que nos cala y conmueve, siendo protagonista y centro de la última y reconfortante imagen; Los hermanos son meros arquetipos intercambiables, de los que nada sabremos de ellos, que piensan y que les mueve, clichés con ojos, si acaso Joseph encarnado por James Hall, un estereotipo orgánicamente cojo, pues no hay coherencia en su comportamiento errático, se le supone feliz en su pueblo de agricultor, y un siniestro militar le humilla y ya decide dejar a sus hermanos y querida Madre, personaje tópico para reflejar de modo simplista-panfletista que buenos son los Estados Unidos; Reseñar el rol de villano encarnado por Earle Fox, una caricatura de comandante Von Stomm, mera muleta en que volcar el odio a los alemanes malos y dejar al resto como buenos, se puede ver influenciada la imagen de este por Eric Von Stroheim y los personajes que hizo de rígido militar prusiano con monóculo. Aunque en su favor mencionar que se le da un final digno.
En conjunto, sumado lo bueno y malo me da una más que interesante propuesta que da pinceladas exquisitas del genio del Séptimo Arte que está por llegar en la figura de John Fiord. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: https://conloslumiereempezo.blogspot.com/2018/02/cuatro-hijos.html