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Voto de diegocalleja:
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Drama. Comedia
Dawn es una niña de once años que se siente incomprendida tanto en el instituto como en su propia casa. Fea, desaliñada y enamoradiza, la niña intentará salir adelante a pesar de vivir en un ambiente bastante enrarecido. Obtuvo el gran premio del jurado del prestigioso festival de Sundance, además de excelentes críticas. (FILMAFFINITY)
17 de enero de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como otras películas de Todd Solondz, “Bienvenidos a la casa de muñecas” es una bofetada contundente contra toda visión simplista y pueril que podamos tener acerca de la naturaleza humana. La sensatez, la racionalidad y la lógica de los seres humanos desaparecen cuando penetramos en el mundo de los sentimientos, mundo que para el magistral director estadounidense esta más cerca de la sordidez y la obscenidad que de la felicidad.
Se ha acusado muchas veces a Solondz de tener una visión amarga y retorcida de la vida. Su gusto por los personajes depresivos, desesperados y al borde del suicidio, que llevan vidas grises en un mundo gris, no incita a comprar palomitas antes de sus películas, las cuales, como la que nos ocupa, ejercen una inusitada violencia psicológica sobre el espectador y provocan una incomodidad que no se sabe, ni se quiere saber, de dónde proviene. Se podría sospechar que quienes disfrutan con sus historias son personas morbosas, marginales e igual de retorcidas que él. Pero, personalmente, intuyo que los seguidores de Solondz son individuos muy semejantes a la protagonista de "Bienvenidos a la casa de muñecas": seres humanos, demasiado humanos, a los que la vida no ha tratado nada bien y a los que encima se les ha educado en que no debían quejarse de sus desgracias ni expresar en voz alta sus frustraciones. Como si el alma misma fuera una hemorroide, se les ha exigido sufrir en silencio cualquier dolor derivado de esa vida cargada de sinsabores y desesperación. Solondz presta su voz a todos estos seres humanos amordazados (esperemos que una minoría) para los que la tristeza no es algo puntual y fugaz, sino una sombra que les acompaña incansable durante toda, o casi toda, su existencia. El mensaje que transmite el director estadounidense con sus filmes es en realidad muy simple: sí, existen personas como tú, y también existe tu sufrimiento.
En "Bienvenidos a la casa de muñecas", Solondz vuelve a retratar con maestría a esas personas que habitan en el inhóspito mundo de la angustia, el desamor profundo y la falta de sentido. Y lo hace con su sello personal: sin concesiones ni compasión hacia el espectador, desnudando dulcemente -sin brusquedad- el descorazonador mundo emocional de la protagonista adolescente, cocinando a fuego lento la tragedia cotidiana de quienes no se sienten queridos, y añadiendo, con la precisión de un alquimista, las gotas justas de un humor equidistante entre la lágrima y la sonrisa.
Para empezar, Solondz da muestras de su pericia aportando un enfoque distinto sobre el universo adolescente. Estamos acostumbrados a que las películas sobre chicos o chicas inadaptados incluyan padres marginados, drogas, alcohol, violencia, anorexia, embarazos no deseados, problemas de orientación sexual, etc., temas que atraen de inmediato al espectador pero que son más bien los efectos y no las causas auténticas de la falta de integración. Solondz prescinde de todos esos artificios, de esos recursos baratos, y nos muestra a una chica sencilla que ni bebe, ni toma drogas, ni duda acerca de su sexualidad, ni tiene padres divorciados, ni vomita por los retretes, ni se ha quedado embarazada…, y a pesar de todo, es profundamente desgraciada.
Se ha acusado muchas veces a Solondz de tener una visión amarga y retorcida de la vida. Su gusto por los personajes depresivos, desesperados y al borde del suicidio, que llevan vidas grises en un mundo gris, no incita a comprar palomitas antes de sus películas, las cuales, como la que nos ocupa, ejercen una inusitada violencia psicológica sobre el espectador y provocan una incomodidad que no se sabe, ni se quiere saber, de dónde proviene. Se podría sospechar que quienes disfrutan con sus historias son personas morbosas, marginales e igual de retorcidas que él. Pero, personalmente, intuyo que los seguidores de Solondz son individuos muy semejantes a la protagonista de "Bienvenidos a la casa de muñecas": seres humanos, demasiado humanos, a los que la vida no ha tratado nada bien y a los que encima se les ha educado en que no debían quejarse de sus desgracias ni expresar en voz alta sus frustraciones. Como si el alma misma fuera una hemorroide, se les ha exigido sufrir en silencio cualquier dolor derivado de esa vida cargada de sinsabores y desesperación. Solondz presta su voz a todos estos seres humanos amordazados (esperemos que una minoría) para los que la tristeza no es algo puntual y fugaz, sino una sombra que les acompaña incansable durante toda, o casi toda, su existencia. El mensaje que transmite el director estadounidense con sus filmes es en realidad muy simple: sí, existen personas como tú, y también existe tu sufrimiento.
En "Bienvenidos a la casa de muñecas", Solondz vuelve a retratar con maestría a esas personas que habitan en el inhóspito mundo de la angustia, el desamor profundo y la falta de sentido. Y lo hace con su sello personal: sin concesiones ni compasión hacia el espectador, desnudando dulcemente -sin brusquedad- el descorazonador mundo emocional de la protagonista adolescente, cocinando a fuego lento la tragedia cotidiana de quienes no se sienten queridos, y añadiendo, con la precisión de un alquimista, las gotas justas de un humor equidistante entre la lágrima y la sonrisa.
Para empezar, Solondz da muestras de su pericia aportando un enfoque distinto sobre el universo adolescente. Estamos acostumbrados a que las películas sobre chicos o chicas inadaptados incluyan padres marginados, drogas, alcohol, violencia, anorexia, embarazos no deseados, problemas de orientación sexual, etc., temas que atraen de inmediato al espectador pero que son más bien los efectos y no las causas auténticas de la falta de integración. Solondz prescinde de todos esos artificios, de esos recursos baratos, y nos muestra a una chica sencilla que ni bebe, ni toma drogas, ni duda acerca de su sexualidad, ni tiene padres divorciados, ni vomita por los retretes, ni se ha quedado embarazada…, y a pesar de todo, es profundamente desgraciada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y es que Dawn tiene quizás el peor problema de todos, el que impide de cualquier manera ser feliz: sus padres no la quieren, o, si la quieren, no se lo demuestran. Ése es el desencadenante de todas sus desdichas, de todas las marginaciones de que es objeto. Los adolescentes no son crueles con cualquiera, lo son con aquellos que ya están derrotados de antemano, con los que nada más verles se percibe perfectamente su debilidad, su carcoma interior. Dawn no es fea, no es horrible, pero ella se siente así y con eso basta para serlo y para transmitírselo a los demás. No es que sea fea y desagradable y por eso nadie la quiera, sino que es al revés, nadie la quiere y eso la convierte en fea y despreciable.
Es en el hogar de Dawn donde hay que buscar el origen del drama de su existencia, y es un hogar que no tiene desperdicio. Bajo una fachada de familia feliz que ha conquistado el sueño americano, encontramos una madre egoísta que manifiesta sin disimulo su adoración por la hija menor y una indiferencia asombrosa hacia los sentimientos de Dawn; un padre que está ausente emocionalmente, como vemos en la escena de la tarta; una hermana pequeña que tiene más de víbora que de hada radiante; y un hermano mayor que trata de ocultar sus continuas frustraciones existenciales volcándose en los estudios.
En ese hogar es donde ha crecido Dawn y donde se ha forjado su carácter malhumorado. Solondz se recrea en la expresión crispada de la niña, en una mueca de enfado y resentimiento que no abandona ni siquiera cuando sonríe llevada por sus ensoñaciones románticas. Su universo infantil, bañado en películas de Disney donde los finales felices son la norma, le permiten conservar la esperanza de que todo mejorará, pero la falta de cariño va lentamente haciendo mella en ella. Es esa falta de amor que siente la que le impedirá ver que el personaje de Brandon la quiere y que la chica dura del instituto no la odia por ser fea, sino porque le está quitando a Brandon. La violación prometida por el muchacho, y la sorprendente aquiescencia de ella, no son más que muestras de la terrible forma de entender el amor entre dos náufragos de los sentimientos.
Al principio de la película se nos anuncia esa frustración perenne de Dawn a través del grupo musical del hermano, que trata de tocar el “Satisfaction” de los Rolling, pero la canción suena a gato pisado, a “Dissatisfaction” porque cada instrumento toca en claves diferentes. También Dawn se sentirá como un instrumento disonante, como si estropeara esa maravillosa sinfonía que cree que es su familia.
Al enrevesado sentido del humor de Solondz le gusta mucho jugar con el lenguaje, y nos hará reír y avergonzarnos de nuestra risa cuando a Dawn se le revele que su club de la gente “especial” es un club de gente “retrasada”. Y cuando descubrimos que el hermano de Brandon tiene síndrome de Down, no podemos dejar de pensar en la semejanza gráfica y fonética entre “Down” y “Dawn”, con la curiosa ironía añadida de que el hermano de Brandon parece ser el personaje más feliz de todos cuantos aparecen en el filme.
El propio nombre de la protagonista no deja de resultar irónico: “Amanecer” en español, un nombre cargado de optimismo y de la esperanza de que siempre cabe aguardar un nuevo día en el que todo sea diferente.
Aunque el personaje de Dawn no represente ni mucho menos a la mayoría de los niños de esa edad, no es menos real como persona. Al comienzo de la película “Palíndromos”, Solondz retomará el personaje de Dawn, pero sólo para que asistamos consternados a su funeral, pues se ha suicidado a los 20 años. Las personas que se suicidan no lo hacen por fastidiar a los fans de las películas de Disney, lo hacen porque no soportan la vida, y uno no soporta la vida porque sí. La pregunta “¿por qué se suicida alguien?”, es desagradable y solemos dedicarle un minuto y alguna frase tópica. Creo que Solondz se ha detenido más tiempo en reflexionar sobre esa pregunta y lo ha hecho sabiendo de lo que hablaba.
Es en el hogar de Dawn donde hay que buscar el origen del drama de su existencia, y es un hogar que no tiene desperdicio. Bajo una fachada de familia feliz que ha conquistado el sueño americano, encontramos una madre egoísta que manifiesta sin disimulo su adoración por la hija menor y una indiferencia asombrosa hacia los sentimientos de Dawn; un padre que está ausente emocionalmente, como vemos en la escena de la tarta; una hermana pequeña que tiene más de víbora que de hada radiante; y un hermano mayor que trata de ocultar sus continuas frustraciones existenciales volcándose en los estudios.
En ese hogar es donde ha crecido Dawn y donde se ha forjado su carácter malhumorado. Solondz se recrea en la expresión crispada de la niña, en una mueca de enfado y resentimiento que no abandona ni siquiera cuando sonríe llevada por sus ensoñaciones románticas. Su universo infantil, bañado en películas de Disney donde los finales felices son la norma, le permiten conservar la esperanza de que todo mejorará, pero la falta de cariño va lentamente haciendo mella en ella. Es esa falta de amor que siente la que le impedirá ver que el personaje de Brandon la quiere y que la chica dura del instituto no la odia por ser fea, sino porque le está quitando a Brandon. La violación prometida por el muchacho, y la sorprendente aquiescencia de ella, no son más que muestras de la terrible forma de entender el amor entre dos náufragos de los sentimientos.
Al principio de la película se nos anuncia esa frustración perenne de Dawn a través del grupo musical del hermano, que trata de tocar el “Satisfaction” de los Rolling, pero la canción suena a gato pisado, a “Dissatisfaction” porque cada instrumento toca en claves diferentes. También Dawn se sentirá como un instrumento disonante, como si estropeara esa maravillosa sinfonía que cree que es su familia.
Al enrevesado sentido del humor de Solondz le gusta mucho jugar con el lenguaje, y nos hará reír y avergonzarnos de nuestra risa cuando a Dawn se le revele que su club de la gente “especial” es un club de gente “retrasada”. Y cuando descubrimos que el hermano de Brandon tiene síndrome de Down, no podemos dejar de pensar en la semejanza gráfica y fonética entre “Down” y “Dawn”, con la curiosa ironía añadida de que el hermano de Brandon parece ser el personaje más feliz de todos cuantos aparecen en el filme.
El propio nombre de la protagonista no deja de resultar irónico: “Amanecer” en español, un nombre cargado de optimismo y de la esperanza de que siempre cabe aguardar un nuevo día en el que todo sea diferente.
Aunque el personaje de Dawn no represente ni mucho menos a la mayoría de los niños de esa edad, no es menos real como persona. Al comienzo de la película “Palíndromos”, Solondz retomará el personaje de Dawn, pero sólo para que asistamos consternados a su funeral, pues se ha suicidado a los 20 años. Las personas que se suicidan no lo hacen por fastidiar a los fans de las películas de Disney, lo hacen porque no soportan la vida, y uno no soporta la vida porque sí. La pregunta “¿por qué se suicida alguien?”, es desagradable y solemos dedicarle un minuto y alguna frase tópica. Creo que Solondz se ha detenido más tiempo en reflexionar sobre esa pregunta y lo ha hecho sabiendo de lo que hablaba.